jueves, 29 de julio de 2010

A propósito de Césc, ¿adónde van estos hombres con tanta prisa?

A sus 21, Cesc Fábregas llevaba ya cinco años fuera de La Masía, de donde se había marchado harto de esperar una oportunidad en césped blaugrana. Culé, hijo de culé y nieto de culé, Fábregas se resfrió con los aires de familia de La Diagonal y se fue con su pegada a otra parte.
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Para ese entonces, acumulaba ya en sus espaldas cinco años en Londres y 215 encuentros con el primer equipo del Arsenal. En las temporadas 2006-2007 y 2007-2008, el mediocampista catalán había ordenado, distribuido y conectado la pelota, hasta que Arsene Wenger, el técnico del Arsenal le invistió con el brazalete de los Gunners. Entonces Césc mandó.

Llegó a Inglaterra a los 16. Estudió inglés y francés, tal y como prometió a su madre. Después de cuatro años, Fábregas era capaz de entenderse no sólo el míster y los colegas del vestuario, sino con la pelota. Se coronó como capataz en el centro del campo. Destronó por primera vez en años al Milan de la Champions con un gol en el minuto 84 del partido de vuelta en los octavos de final, en San Siro. Con apenas 20 años, Fábregas se convirtió en el cañón más potente de los londinenses, en ficha de la oncena ideal de France Football y en lo que Kaká llamó "el prototipo del futbolista moderno".



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A comienzos de 2008, Gerard Piqué -quien se había marchado del Barcelona al Manchester United en 2004, un año después de que Césc se fuera al Arsenal- fue fichaje de verano del Barcelona. El defensa, cuya marcha ocasionó una demanda del caso del Barcelona ante la FIFA, volvió, según el propio Laporta, gracias a la voluntad de Piqué, quien parecía regresar tras una larga letanía de quereres y quereres. Incluso, en ese momento, Laporta dijo muy claramente que si Piqué estaba en el Barcelona era por voluntad del jugador más que por otra cosa y al ser consultado sobre un posible regreso del joven Césc, Laporta negó rotundamente cualquier posibilidad (El MUNDO 03/07/2008).
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Césc, cuyo valor tendía al alza en la Premier, jugaba con una bota en Inglaterra y otra en España. Y no sólo por su participación con la selección. En una entrevista publicada el diario deportivo italiano La Gazzetta dello Sport, el capitán de los "Gunners" reiteró en 2008 que Pep Guardiola era su modelo de futbolista. Su estilo de juego decía, le había inspirado en su carrera. Para un chico que había jugado en las categorías inferiores del Barcelona, desde los 11 a los 16 años, tales afectos resultaban lógicos aunque sus declaraciones no dejaran de resultar obvias. ¿El Centrocampista quería volver a casa?
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Thierry Henry, capitán del Arsenal en su momento, había abandonado a los cañoneros y fichado por el Barcelona en 2007. Aún así, y a partir del tanteo de los culés -cuando finalmente comenzaron a mostrar interés luego de los esfuerzos de Fábregas por hacerse ver-, el francés recomendó al catalán tomarse las cosas con calma y quedarse en Londres. El chico tenía entonces 22 años, había conocido a Nick Hornby [autor de Fiebre en las Gradas, el libro emblemático de la afición al fútbol de un seguidor del Arsenal] pero aún seguía sin leerse el ejemplar que el escritor le había regalado. Juventudes precoces y corazones sin tiempo la de estos hombres.
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Durante la celebración que hizo la selección tras ganar la Copa del Mundo, Reina, Puyol y Piqué hicieron lo que, supongo, Cécs ansiaría. Lo ficharon por el Barcelona antes de tiempo. A la hinchada del Arsenal el asunto no le sentó nada bien. Y aunque al Barcelona sí le interesó insistir, no parecen tiempos para hijos pródigos. Al menos eso lo tiene más que claro Arsene Wenger.
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A los capitanes les toca escoger. Y Césc, sin duda, fuera ya hace tiempo de las aguas de La Masía, le toca elegir entre el naufragio de los afectos o el mando en medio de la tormenta. Ahora este chico cuenta 23, años... no pases correctos, ni corners. Años. Corazón sin tiempo. ¿Adónde van estos hombres con tanta prisa?

lunes, 26 de julio de 2010

El Capitán y La Diosa


Si fuera sólo un hombre que besa una estatua, apenas unos pocos se detendrían a mirarlo. No sería el primero en enamorarse de una efigie al caer la noche, tampoco el único que trepa buscando un beso. Si fuera sólo un hombre que besa una estatua, quizás vendría la policía a disolver su enamoramiento a porrazos y la curiosidad se impondría sobre la melancolía. Habría quizás procaces bromas a las que el ágil escalador no haría caso alguno. Pero este hombre no es uno cualquiera. La diosa a la que besa tampoco.

Trepado a una escalinata, Raúl González, el capitán del Real Madrid, se planta frente a una mujer de piedra que conduce un carro halado por leones. Lo hace vistiendo su dorsal, el siete. Lo hace cansado y victorioso. Lo hace con los ojos cerrados y con vehemencia, como si el beso y su espera fuesen a durar lo mismo. La rotonda madrileña donde el capitán besa a la mujer del carruaje es más que una plaza pública muerta de frío en la que la gente se anega sin más. Es un enamoramiento al aire libre; una ocasión entre árboles y semáforos.

El beso del capitán a una Diosa no es algo que ocurra todos los días. No a todos los guerreros se les está permitido trepar al cuello de una poderosa doncella para besarla largamente. Se les permite emborracharse, perder el conocimiento entre rubias y Ferraris, pero no se concede el privilegio del cemento. Quizás por eso el siete del Madrid se empeña en guardarse tras los ojos cerrados. Miro su larga demora de párpados caídos mientras un beso ocurre entre sus labios de piel y otros de hormigón.

En la Plaza Cibeles algo desliza, un aliento desordena la noche y calla a los borrachos. Hay algo que nadie mira yNegrita late aún en una gráfica del cuadernillo de deportes de los lunes: la boca de un héroe exhausto que empaña el rostro de una diosa en medio de la noche.

Parece que algo está a punto de ocurrir. Que una mirada se desabrocha y un dedo del Capitán separa los gruesos mechones de cemento. Que algo más habrá de pasar a los pies de ambos. Pero la gente sigue anegándose alrededor del beso furioso y agotado de Raúl, un beso que es beso sólo en las alturas de una grúa.

Si se tratara sólo de un hombre que besa a una estatua, pensaría con desgano en un beso imposible, me daría la vuelta y me dejaría empujar por la feligresía. Pero entonces algo viene y corrige las cosas; algo hace trepar al hombre de camiseta blanca, sosteniéndolo para que recorra con boca campeona la frente de una mujer que atraviesa Alcalá en un carro tirado por leones.

A veces me parece que en lugar de cubrirla con una bufanda, el capitán sólo pule la piedra lisa de su cuello, desvistiéndola con ojos cerrados a los pies de una noche que podría ser cualquiera, aunque todos recuerden lo contrario.

domingo, 25 de julio de 2010

Un paso al frente por el maestro Gutiérrez


“Vivimos en una sociedad que busca desesperadamente e idolatra a los singulares, que son quienes hacen algo más felices a las gente y dan dinero a sus jefes, y a la vez intenta por todos los medios que esos singulares dejen de serlo porque en el fondo molesta y subraya la medianía no ya de sus compañeros (a los que ayudan a brillar a menudo), sino la de sus patrones celosos”
Javier Marías. Salvajes y sentimentales

Quince años. A su lado, en la despedida, estuvo Jorge Valdano, el mismo técnico que presenció y apoyó su debut. Quince años, 542 partidos. En la sala de prensa del mismo equipo. Quince años, 77 goles. Corazón tan blanco, diría Marías, a quien ya le he quitado epígrafe para este post, por qué no quitarle algo más…Quince años, aunque en verdad sean 24. José María Gutiérrez entró con apenas nueve años. Hoy se marcha del Real Madrid a los 33 de un Jesucristo Superstar.

Miro la barba del centrocampista. Algo parecido a una sonrisa se estrella sobre su barbilla. Y no sé si es que la tristeza no pinta rubia, o es que no estamos para bromas. ¿Por qué tiene que ser domingo el día que se marcha José María Gutiérrez del Real Madrid? ¿Por qué un domingo sin liga, además? ¿Vamos a resucitar, acaso?

Guti.Haz. Fanfarrón. Macarra. Chulo. Bocazas. Pero también insustituible. Titular del arrebato. Señor cuando tocó. Proscrito de su propio humor. El Guti fue, y es, pólvora en la camiseta de un dorsal que bautiza la afición de muchos y el nombre este blog. El catorce.

Su espíritu, un temperamento inestable y a la vez creador, era incapaz de ser sometido al de una voluntad colectiva. Y he allí su mayor virtud y la más insistente de sus lesiones, aquella que le enlentecía sobre el césped y aceleraba su furia para ver pases donde nadie era capaz de verlos. Pero como todo ser singular, como todo ser sensible para ver lo que nadie ve, aquella nube anímica hacía combustión con cualquier viento.

Lo dijo Manuel Pellegrini, con quien tuvo muchos roces, “Guti es diferente”. He allí su atributo más valioso. Su último gran impasse –y su gran victoria-ocurrió tras el alcorconazo. Después de unas semanas de oprobio, Guti volvía a jugar con el equipo. Minuto 40 contra el Deportivo de la Coruña en Riazor. Kaká recibió en la izquierda. Por el centro corría Guti. El brasileño le dio el balón. El 14, solo, se presentó ante Aranzubia. En lugar de disparar, Guti hizo un pase de tacón a Benzemá . El delantero francés sentenció. El Madrid ganó 0-2 y rompió la maldición de 19 años sin ganar en Riazor.


Un chulo hubiese marcado. Un chulo hubiese aprovechado para mandar a callar a todos de un patadón. Él no. Se reservó el silencio. Prefirió su rubia y acicalada contradicción .
Hoy es domingo. El maestro Gutiérrez se marcha del Real Madrid. Podrán decir lo que quieran, pero no hoy. En el Madrid una camiseta queda vacía, un dorsal pierde contenido. Unos cuantos, de Corazón tan blanco, nos quedamos tiritando de frío.

jueves, 22 de julio de 2010

Escritores en el área. (América Latina)

Foto: Daniel Mordzinski
"Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos”. A Borges no le bastaba un bostezo para zanjar el asunto. Su arremetida debía parecer un accidente, ocurrir con aparente inocencia y ser pronunciada con un aflautado sarcasmo.

Jorge Luis Borges se despachó a defensas y delanteros, en 1978, justo la fecha en que Argentina ganó su primer campeonato del mundo. “Es un juego para mentes estúpidas”, dijo el escritor –aunque con algunos dieces ahora retirados, que su boca sea la medida-.
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Lo que Borges quizás no sospechaba es que El Aleph –ese universo que todo lo contiene- saldría del sótano sin su permiso. En la geometría de la posibilidad, el fútbol nos convirtió a todos en feligreses dominicales, incluso en los miércoles de Champions.

Hace unas décadas, la sola mención del fútbol era un apuro para instruidos y pensadores. Al menos en América Latina no sería hasta la aparición de escritores y periodistas como Osvaldo Soriano, Juan Sasturaín o Roberto Fontanarrosa, cuando el futbol comenzaría sus esfuerzos para sacudirse la sospecha de práctica salvaje y plebeya. De hecho, la gran pregunta, la misma que se hace Rodrigo Fresán, es cómo los argentinos –los más aplicados de la Mise-en-scène- no han escrito todavía "la novela canónica" del fútbol.

Además, el fútbol tenía en su contra un elemento adicional: una desconfianza atávica entre los intelectuales a la épica deportiva. A diferencia de Europa, que después de la Segunda Guerra mundial había conseguido en el fútbol un simulacro para la batalla en el que no era necesaria la intervención del Tribunal de Nuremberg, en América Latina había sido políticamente utilizado por las dictaduras militares para ganar glorias con escapulario ajeno-el Mundialito organizado por la Junta Militar Uruguaya en 1978, la propia victoria de Argentina ese año durante la dictadura de Videla-. Si a eso se le sumaba la mirada sociologizante del campo como laboratorio del hombre masa, el asunto no mejoraba.
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En las Antillas y en determinadas zonas del Caribe, el predominio de la explotación de petróleo impuso la cultura del beisbol, un juego implantado en la vida de los campos petroleros de las compañías norteamericanas. Eso explica, en gran parte, la sequía futbolística de países como Venezuela. Quien quiere ascender en una sociedad como la venezolana se hace militar o pitcher de la gran Carpa. En Rosario, en cambio, te hacés futbolista.
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Más al Sur, donde la emigración europea fue más compacta, o en la zona andina, menos expuesta al influjo norteamericano y donde fútbol formó parte de los colegios de curas, la presencia del balón fue completamente distinta. Y la relación cultural con el juego también.
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Justamente, los primeros acercamientos literarios al fútbol provienen de ahí, entre ellas, el relato Suicidio en la cancha, escrito por Horacio Quiroga en 1920, un cuento basado en el caso real de un jugador del Nacional que se pegó un tiro en el círculo central del campo, así como muchas de Las Aguafuertes Porteñas que Roberto Arlt dedicó al fútbol y que fueron publicadas en el diario El Mundo entre 1928 y 1933.
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Pero no sería sino a partir de 1955, con Puntero izquierdo, publicado en el libro Montevideanos de Mario Benedetti, cuando se limen asperezas entre literatura y fútbol. Ese mismo año, el dramaturgo Agustín Cuzzani presenta El centroforward murió al amanecer (1955), de la que después de hizo una película, en 1961, dirigida por René Mugica, y aunque pensé en quedarme en la región para evitar omisiones o menciones adelantadas, sí me parece que viene a cuento el guiño que hay entre el título de Cuzzani y el que Vázquez Montalbán usó en una de sus entregas detectivescas como El delantero centro será asesinado al amanecer.
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La cultura de la imagen y la fuerza del jugador como personaje convirtieron el fútbol no ya en un juego, sino en una industria cultural. El ensayo sobre fútbol cobró fuerza como género con Eduardo Galeano –¡cómo no, Fútbol a Sol y sombra!- . La pelota consiguió cobijo en la poesía de Juan Gelman y total intemperie en Pablo Neruda, quien escribió un pateador poema –de visión forzada- llamado Los jugadores.
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Si bien es cierto el fútbol y la narrativa no terminan de fundirse cómodamente –parece que el gran juego no está dispuesto a sujetarse a un tema distinto al que ocurre dentro de sus 90 minutos- hay piezas memorables, como los cuentos del peruano Julio Ramón Rybeyro –jugador, escritor e hincha del Universitario- y más específicamente Crack, un relato en el que el paraguayo Augusto Roa Bastos narra la fantástica historia de Goyo Luna, puntero izquierdo del Sol de América.
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En la crónica permanece, imbatible, el mexicano Juan Villoro. Primero con Los once de la tribu y después con Dios es redondo, el escritor se afila como el más preciso de los cuchillos. Traza siluetas perfectas –su descripción del episodio de la foto que tenía de niño Pep Guardiola de Platini es estupenda-, jocosas y a la vez poéticas imágenes. Y lo hace como pocos o como ya quisiéramos muchos.



En medio de todo esto, como antólogo, opinador, ex jugador, divulgador, ex entrenador, a veces poeta o director deportivo, y fundamentalmente como argentino, Jorge Valdano ha jugado un papel importante en la divulgación del fútbol. No sólo por sus libros Apuntes del balón: anécdotas, curiosidades y otros pecados de l fútbol, Los cuadernos de Valdano y Miedo escénico y otras hierbas, sino también por su papel de de compilador en la edición que hizo Alfaguara del volumen Cuentos de fútbol.

En el césped literario de América Latina, el balón desliza y afirma en cada geografía una manera distinta. Fútbol, ese raro efecto espejo de quienes se reúnen para compartir durante 90 minutos la feligresía dominical, incluso los miércoles de Champions.


¿El Gabo realmente escribió sobre fútbol?

Así como hay que hacer justicia y admitir que sobra bibliografía sobre fútbol y literatura, también es cierto que se han escrito muchas cosas incorrectas al respecto. Hace unos días, consultando en el ABC, conseguí un reportaje según el cual Gabriel García Márquez no sólo había escrito ficción sobre fútbol –nunca se cita el nombre del texto- sino que además se le atribuye una supuesta afición por el Club de Fútbol Millonarios de Bogotá.
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La hipótesis, chirriante a todas luces, me llevó a tratar de comprobar el dato. No pude por mis propios medios. Así que gracias a la intermediación del buen amigo y escritor colombiano Héctor Abad, quien tampoco supo responderme, logré confirmar el disparate del dato por medio Dasso Saldívar, biógrafo de García Márquez y autor de la biografía El viaje a la semilla.

Sobre deportes, según Saldívar, el Gabo sólo ha escrito dos trabajos, uno sobre un jugador del Junior de Barranquilla, a comienzos de los cincuenta, y otro sobre el ciclista Ramón Hoyos. Y en cuanto a lo de Millonarios… “Si tiene alguna afinidad por algún equipo de fútbol, es posible que se trate de algún equipo de la Costa, pero no por el deporte en sí, sino por un sentimiento de patria”.


domingo, 18 de julio de 2010

El Hermes de 'los rojos' y la Roja



Después de jugar fuera, siempre estoy deseando volver a hacerlo en Anfield para sentir el calor de la gente. Allí se respira fútbol. Con 45.000 aficionados y el ruido que hacen, llegas a pensar que tienes alas en los pies". Fernando Torres cumplía un año en la Premier con el dorsal 9 de los reds cuando dijo estas palabras a Orfeo Suárez en una entrevista publicada en El Mundo, en noviembre de 2008. En ese entonces, el Niño ya era Campeón de Europa y una insignia para la selección de fútbol española.
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De su primer gol en Anflield, que marcó contra el Chelsea, Torres recuerda una sola cosa. Su encuentro con The Kop, la rugiente grada de Anfield. Ya no era la ensoñación en DVD que vio una y otra vez durante las 40 horas previas a las pruebas médicas para su fichaje. La grada “que no se acaba nunca”, como dice él, existía. La grada que entona para sus futbolistas You’ll never walk alone (Nunca caminarás solo) existía. Y con ella las alas en los pies del delantero.
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Nunca caminarás solo. Es la sensación que dice acompañarle. Es, también, la melodía compuesta para un musical de Broadway durante la II Guerra Mundial. La misma que emocionó a soldados y perdedores, la que versionaron desde Frank Sinatra, July Garland, Mahalia Jackson, Elvis Presley hasta Luciano Pavaroti y la que el Liverpool acogió como himno cuando, en 1963, Gerry and the Pacemakers, un grupo del Merseybeat, llevó al número uno en Inglaterra, el mismo año en que los Beatles arrasaron con Please Please Me. Nunca caminarás solo, la melodía a la vuelve Fernando Torres después del zumbido de una copa en la que se ha dejado todo -el menisco, la sonrisa, el alma- frente a una afición –y una prensa- que, a diferencia de la de los reds, no se ha quedado hasta el final.
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Su elocuencia en el lenguaje de la pelota convirtió a Fernando Torres en el Hermes de los rojos cuando, apenas en su primera temporada, fue elegido como mejor jugador de la Premier. Se consagró como mensajero de los dioses, el Hermes de la Roja, en Viena, durante la final de La Eurocopa 2008 contra Alemania al aprovechar un pase de Xavi Hernández, desanudar las alas de sus tobillos, ganar en velocidad al defensa Philipp Lahm, y picar la pelota por encima del portero Jens Lehmann. Minuto 33. Torres marcó. España cobró una deuda de 44 años.
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Ese año Torres volvió a Andfield, lesionado. The Kop volvió a entonar y The Kid brilló. En 2009 se convirtió en el jugador que menos encuentros necesitó (72) para conseguir 50 goles en la Premier, batió el récord de 80 de Raybould y Stubins, los 84 de Ian Rush y los 98 de Owen y Mathieson Dalglish. En el país que inventó el fútbol, comenzaron a comparar al 9 español con históricos del Liverpool como Ian Rush, el máximo goleador del Liverpool (346 goles en 600 partidos), y con el propio Dalglish.
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Disminuido por las constantes lesiones -Benítez lo había dicho ya varias veces-, la cadena estalló el 13 enero de 2010 cuando se Fernando Torres partió la rodilla contra el Reading. Tuvo que operarse faltando 6 meses para el mundial. El Liverpool vivía una temporada pésima. Torres trabajó durante 38 días con los preparadores físicos de los reds para volver al campo el 21 de febrero contra el Manchester United. Una acelerada lucha contra el tiempo y el cuerpo.
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La convocatoria para el mundial llegó y Torres no sólo desoyó la frase de Bell Shakly, también a Benítez. Y fue a Sudáfrica. ¿Quién no lo hubiese hecho? "El balón es el alma", repetía el niño Torres a incrédulos y pesimistas, a puristas y supersticiosos, tras la derrota ante Suiza el 16 de junio. “No podemos cambiar ni volvernos locos. Hemos de confiar en lo que hicimos para ser considerados favoritos. El estilo lo marcan Busquets, Alonso, Xavi, Cesc... El estilo es tener la pelota, jugarla y buscar el gol. No vamos a empezar ahora a lanzar pelotazos...".
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El 11 de julio de 2010 Fernando Torres jugó la primera final de España en un mundial de fútbol. Minutos siguientes al gol de Iniesta, el nueve se desplomó sobre el césped. El Niño fue su contrincante más furioso. En un mismo gesto, el delantero ganaba y a la vez perdía su propia batalla. Había llegado, sí, a la final, a costa de sí mismo. Apretó los dientes, de rabia y desesperanza, miles de veces en el área. Caminó más sólo que nunca, incapaz de encontrar en Sudáfrica al veloz delantero de la Eurocopa. Y yo sólo me pregunto adónde volvería Torres derribado en plena victoria. Si el balón es el alma, ¿dónde estaba la suya?
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Dicen que Hermes, el dios olímpico y mensajero, a quien se le identifica por sus sandalias aladas, es el único junto a Hades y Perséfone capaz de entrar y salir del inframundo -¿es éste el suyo?, el de Torres-. Franqueador de fronteras por excelencia, él es el encargado de acompañar las almas de los muertos y a los viajeros.
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“Después de jugar fuera, siempre estoy deseando volver a hacerlo en Anfield”. Mensajero de las palabras invisibles entre Dioses y balones, Torres ha vuelto a Anfield lesionado, otra vez. Pero él, como Hermes, es el único que puede entrar y salir del Hades para llevar sueños a los mortales vivos. Por eso las alas retoñarán al regreso, cuando la grada cante. El resto, que no es poco, es cosa del fútbol.