lunes, 30 de agosto de 2010

Messiánica celeste y Manchega azulgrana


Los manchegos
entienden las planicies mejor que ningún otro. Son capaces de encontrar en sus mesetas la profundidad que otros verían en el mar, consiguen montañas donde sólo hay llanura. Con los gauchos pasa algo parecido. En la pampa manifiesta, en la ausencia total de vértigo, el paisaje los habita. Por eso entienden los espacios planos y crean alturas donde sólo podría crecer el bostezo.
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En la primera jornada de la Liga BBVA durante el partido Racing de Santander contra el FC Barcelona (0-3), el manchego Andrés Iniesta y el argentino Leo Messi hicieron en El Sardinero lo que ningún equipo hizo en todo el domingo: entender el fútbol en lugar de aporrearlo.
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Envueltos en la manta del Barcelona, un equipo que nunca oxida sus partes y jamás desafina sus acordes, ambos jugadores demostraron tener los ojos aburridos de quienes habitan las mesetas y aprenden a levantar lugares impensables en medio de la nada.
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Dos minutos y 37 segundos tardó el delantero argentino en desordenar el césped de los santanderinos y romper el marcador. Hablamos de dos minutos 37. Es decir, trece segundos menos de lo que dura Nowhere man, una verdadera obra de arte compuesta por John Lennon y Paul McCartney para Rubber Soul (1965). ¿No puede acaso ese lapso considerarse tiempo poético?
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Treinta minutos más tarde, el pálido Iniesta, el hombre que escribió A sangre fría en el minuto 98 de Sudáfrica -si pincháis aquí entenderéis porqué lo digo-, hizo lo que acostumbra. Mejor dicho. Hizo lo que distingue a un artista de un farsante. El gesto. Un gesto.

Después de que David Villa hiciera un servicio de centro, el balón se disparó en dirección de Iniesta tras rechazo de Toño, el portero del Racing. Iniesta metió la parte interior del pie y controló con la destreza suficiente como para que el balón trazara un arco perfecto y entrara, cómodo, prácticamente acariciado, en la portería.



Si el gol de Messi había sido un artefacto estético, esto era justicia poética o la puesta en práctica de la teoría acerca de los hombres que habitan las planicies. Dominar una disciplina no es suficiente. Esculpir; unir palabras entre sí y hacer algo más o menos hermoso; repetir acordes y darle estribillo; rodar unas escenas y editarlas de una determinada forma; golpear un balón y empujarlo con patadón a una portería. No es suficiente.
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Las visiones de conjunto, la capacidad de mirar por encima del propio lugar que se ocupa en el momento de ejecutar una acción estética -sí, señores, el fútbol es una acción estética y me perdonan los puristas de los bandos, los gafasdepasta a ultranza y los Marca a ultranza- sólo es posible para aquellos que saben crear abismos donde sólo hay césped.
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La capacidad de emocionar está reñida con la destreza que tiene el creador para habitar y ser lo creado. De ahí que los hombres que provienen de las planicies sepan leer en el llano césped la profundidad que otros ven en el mar. Es por eso que ellos, Messi e Iniesta, entienden el balón como un segundo corazón que palpita fuera de su pecho, ahí, entre los pies, como un viento que sopla peinando la tierra de la que sólo saldrían bostezos si su sangre no bombeara tan mansa y furiosamente.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Mirá, Peñarol


Para Sofía, Mariana y la Diosa, Tita Blaster

Año 1960. J.F Kennedy había resultado electo como presidente de los EEUU. Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir viajaban a Cuba para conocer la Revolución de Fidel Castro. Timothy Leary inauguraba la era de la psicodelia al pregonar los beneficios terapéuticos del uso del ácido lisérgico y en España el franquismo cobraba plena forma tras la promulgación, en 1958, de la Ley de Principios Fundamentales del Movimiento Nacional.
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El mundo era un balón descubierto por Pelé en Suecia, en 1958, exactamente cuatro años después de que Alemania ganara la Copa de 1954 y Europa volviese su mirada sobre los teutones, aún perfumados por Nuremberg. El fútbol, otra alquimia política, proponía formas más civilizadas de odiarse.
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Año 1960, mejor dicho, un 4 de septiembre de 1960, el Real Madrid se hizo ganador de su primera Copa Intercontinental ante el equipo uruguayo Club Atlético Peñarol tras ganar en el estadio Santiago Bernabéu el partido de vuelta.
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El resultado en ese entonces fue 5-1, con goles de Ferenc Puskas -en dos ocasiones, en el minuto 4 y el minuto 9-, Alfredo Di Stéfano, Jesús Herrera y Paco Gento. En el partido de ida, una semana antes, el Real Madrid no mostró mayores destrezas frente a los mirasoles. En un viaje en avión de hélice, a los merengues le costó 36 horas llegar a Montevideo, donde empató a cero.




Cincuenta años después, los dos equipos volvieron a encontrarse sobre el césped del estadio de Chamartín. Y lo hicieron el 24 de agosto de 2010, durante el Trofeo Santiago Bernabéu, el cual fue celebrado como homenaje a la primera Copa Intercontinental conquistada por los blancos en 1960.
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Además de esa sensación de que Mourihno entrena en el Bernabéu y el síndrome del juego veloz de los blancos -a toda pastilla, el picotazo enloquecido de un Madrid excesivamente carburado, lleno de nuevos fichajes- el transcurso de los 50 años dio qué pensar.
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A diferencia de 1960, esta vez tanto los merengues como los carboneros viven en sociedades ¿políticamente escarmentadas? -las multitudes y las gradas guardan una conciencia tumultuosa al respecto- y ambos habitan un reino donde el futbolista ha dejado de ser bocatto proletario para afinarse como potente máquina cultural.
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Aún así, en el campo y desde la grada, veo formas distintas de jugar. Veo a un Madrid mecánico, acelerado, como una máquina cortadora de césped que alguien no ha ajustado. Mientras que en el Peñarol veo un fútbol aún artesano, un trote feliz -lo imaginé más veloz, más limpio- aún empalagado con el azúcar potrero de un equipo que tiende a cerrarse pero que contraataca. Me gusta el humor de esta oncena. Me simpatizan sus morisquetas chanceras para la cara de anuncio que trae hoy el Madrid.



El Peñarol es un equipo emblemático. En él se depositan afectos y títulos. En el año 2009, la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol (IFFHS)lo declaró como el mejor Club del siglo XX e incluso, hay quien reconoce y le atribuye a su juego el amor por el fútbol, como es el caso del escritor Juan Carlos Onetti, hincha, al igual que Eduardo Galeano, de los carboneros.
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A ese Peñarol afectivo era al que yo esperaba ver anoche. Pero las cosas comenzaron a complicarse. En los primeros diez minutos de partido, el linier pitó la anulación gol de Gonzalo Higüaín, tan apurado por demostrar y poner en juego el balón, que no vio el fuera de juego. Entonces el Peñarol comenzó a deslucir, a hacer demasiadas barridas de pierna y a levantar chuletones de césped sin motivos.
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El Madrid acumuló córners sin sentido, Ozil parecía desubicado y el balón parado prometía bostezo. Mis esperanzas de quilombo fueron pocas hasta que el aurinegro Sosa sacó de sus casillas a Cristiano Ronaldo. No logré ver bien desde la grada, pero noté, que CR7 le propinó su buen codazo al uruguayo. No sé qué pasó. Hubo exceso en ese intercambio, así que atribuí la malcriadez a la rabia del luso por no haber marcado aún. Pero las nuevas torpezas de Sergio Canales, quien hizo una burrada a lo Bojan, me malhumoró y me hizo olvidar del asunto.
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A la mañana siguiente, leo el Marca en el bar de abajo y me entero de todo. Muerdo una barrita con tomate y me deleito con el deportivo. Repaso el encuentro y justo cuando voy por la tercera página de la crónica estallo en risas. ¿El motivo del codazo? Sosa amenazó a Cristiano Ronaldo con despeinarle. ¡Zidane cabecea a Materazzi por la honra de su hermana o lo que sea, y Cr7 lo hace por el de su peinado!

El partido -que, insisto, para Mourihno era un entrenamiento, así que la grada a tirar para otra parte- cambió con la entrada del nuevo fichaje del Madrid, el argentino Di María, que marcó en el minuto 67. Lo que hasta entonces parecía un ejercicio meramente estético, cobró propósito. El marcador finalizó 2-0 gracias al tiro de penalti cobrado por Rafa Van der Vaart, en el que muchos sospechamos sería su último gol merengue.

Los del Peñarol no tendrán juego rápido, puede que anoche no me apartaran de la vigilancia perpetua que mantuve sobre Ozil, Canales y Sergio Ramos en su rol de central pero esta mañana he estallado en risas cuando me he enterado del porqué del codazo. Cincuenta años, ¡Y el codazo es por el peinado! Cincuenta años para que el fútbol nos traiga, a veces, estas cosas.

lunes, 23 de agosto de 2010

Esplendor en la hierba


Todo lo que ocurre en estos días sobre el césped lo hace al doble de su tamaño. Síndrome de la pretemporada. En ella todo parece urgente. Despilfarra quiromancias, no escatima en empalagos, adivinaciones ni tampoco en la asignación de localidades para el Olimpo –¡me lo quitan de las manos o quítenmelo de encima!-.
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Sin embargo, en la lista de euforias que aliñan los torneos antes del cierre del mercado de fichajes, el affaire Inter-Rafa Benítez merece puntada aparte. El campeón de Europa dirigido por el derrotado de la Premier. Una combinación jugosa en tiempos no del todo galácticos.
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En este partido todo importa. En especial los ingredientes y el orden que cada uno tiene en la preparación de una receta donde los fogones aún no están del todo calientes. Uno. Esta es la primera victoria de Benítez después de dejar al Liverpool que prescindió de sus servicios tras quedar de séptimo en la Premier y fuera de la Champions. Y he aquí un viceversa sui generis. Mejor dicho: un número dos sin aludido. Esta es la primera victoria del Inter después de la partida de Mourihno.
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El Inter, equipo pensador por antonomasia, promete racha a sus fieles seguidores. Y eso ocurre en un país como Italia. Un lugar en el que lo nacional es una receta imposible. Es justamente el Inter, icono de la paciente y civilizada clase media, el que no sólo gana la Supercopa tras una sequía de dos años, sino que además los hace contra los rojigualdos de la Roma –la historia de Italia es una historia entre ciudades- y logra igualarse en número –cinco- al Milan, su opuesto deportivo y político, esa extraña combinación de “aristocracia y proletariado”, como la define Enric González, unificada en Berlusconi como adefesio y peripecia.
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Un Etoo que con Mourihno parecía discreto, casi transparente, irrumpió en el juego para hacerse notar. Quiromancias y despilfarros a un lado, el Camerunés sentenció dos veces asegurando el trofeo a su equipo y a un Rafa Benítez que si bien no puede jactarse de semejantes victorias, tampoco puede darse el lujo de resbalar con una cáscara de banana. La gráfica de la celebración es, a su manera, nostálgica. O no sé si en el fútbol las cosas ocurren así, para que brillen, una y otra vez, con más intensidad, a medida que volvemos la mirada sobre ellas.
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“Pues aunque el resplandor que en otro tiempo fue tan brillante/ hoy esté por siempre oculto a mis miradas, aunque nada pueda hacer volver la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no debemos afligirnos, pues encontraremos fuerza en el recuerdo, en aquella primera simpatía que habiendo sido una vez, habrá de ser por siempre”. Vuelvo a mirar la instantánea. Me sonrío, por Benítez y por Etoo. Siento un viento fresco, por el Barcelona que prescindió tan pronto de Etoo a cambio del díscolo sueco que ahora no encuentra sitio ni quién le quiera; luego me viene otra bocanada más amarga, desde Anfield.

En el fondo, yo también despilfarro empalagos y practico la urgencia de la pretemporada. Porque aunque “nada pueda hacer volver la hora del esplendor en la hierba”, en el césped del campo siempre hay lugar para el brillo de algunas revanchas sentimentales.

sábado, 14 de agosto de 2010

Líbero ma non troppo


Nadie pudo decirlo mejor y con menos palabras. En su crónica publicada en el Marca del sábado 14 de agosto de 2010, Santiago Segurola se refirió a la actuación del Real Madrid frente al Bayern Munich como una intervención “discreta” y “poco armónica”. El asunto no daba para más. Era de esperarse, faltan dos semanas para que comience la liga española y apenas una para la Bundesliga.
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Sobre el manido San Iker salva al Madrid de los titulares deportivos, tan cierto y rotundo como los lugares comunes –he allí su problema, el de los lugares comunes y el del Madrid-, Segurola se refirió a las paradas de Casillas como intervenciones que “rescataron y resolvieron” los problemas de los blancos. A juzgar por el número de ocasiones –al menos cuatro, y de las santísimas- el Madrid tiene bastante trabajo por hacer.
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Se esperaban muchas noticias de este partido, el más jugoso de la pretemporada. Khedira, Carvalho, Canales, Di María, Pedro León puestos a lucirse en un encuentro con modales de Champions resultaba muy tentador para vender periódicos, pero también paras las conjeturas y las expectativas.
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De toda la tarta merengue horneada en Múnich, queda una porción especialmente apetitosa con sazón del Papa Negro. De entre los hervores tácticos de Mourinho, salta una curiosidad: la posición de Xabi en la estrategia de un juego esa noche bastante defensivo. Visto ya al día siguiente, el asunto parece un raro hojaldre en el fino horno repostero del míster portugués.
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Con un esquema 4-1-3-2 en el que Xabi Alonso quedó solo entre centrales y mediocampistas, especialmente en momentos de repliegue, fue posible percibir en el Madrid un fuerte tufillo defensivo, aunuque no por ello necesariamente eficaz –por algo Casillas tuvo tanto trabajo. El equipo, además, tuvo muy poca posesión del balón. El discreto de Segurola encaja aquí, serenamente.
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Xabi Alonso no parecía cómodo jugando de líbero –justo la posición que ocupó Franz Beckenbauer, el Káiser, homenajeado esa noche-. Xabi permaneció demasiado cercano a los centrales en lugar de armar juego con los mediocampistas, que es de donde se espera la fiesta de un juego que no puede jugarse sin jugones, con todo y cacofonía.
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Y ese síndrome de la oncena-cajón condicionó al resto de los jugadores, entre ellos a Canales, de quien muchos esperábamos ver -quizás demasiado pronto- atisbos de brillo. El Madrid se convirtió en una alacena de gavetas cerradas.
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Tanto Canales como Pedro León parecían jugar en función del esquema de repliegue, especialmente Canales, que repartió su tiempo –y sus pulmones- corriendo desde el centro hacia la banda izquierda para ayudar a Marcelo y descargar a CR7 de labores de defensa. Insisto. Es muy pronto y prefiero los adjetivos de Segurola a cualquier otra indigestión deportiva. X
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Después de viajar acurrucado entre la prensa y coqueteándole a la opinión pública, no se sabe si para que le temiesen o le quisieran, el Papa Negro comenzó a probar la eficacia de sus mises en scéne. Le fue bien. El Madrid se trajo la copa en homenaje a Franz Beckenbauer, en la fila 27 del avión además, y se repuso de sonrojos históricos (9-1). Tos de por medio. Le fue bien. Aún quedan dos semanas. Por lo pronto, a la de a Kaká se punta otra baja, Garay.
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Premier en el estómago.
Hoy comenzó la primera jornada de la Premier League, y lo hizo con un Machester City que pese a las millonarias inversiones (116 millones de euros) del jeque árabe Mansour bin Zayed Al Nahyan para fichar a Balotelli, David Silva, Yaya Touré, Jerome Boateng y Aleksandar Kolarov, empató a cero contra el Tottenham, un equipo que logró zafársele a los cuatros grandes y quedar en la fase previa de la Champions League. Mañana, los Gunners contra los Diablos rojos, y en Anfield.
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lunes, 9 de agosto de 2010

Papa Negro en el vestuario blanco

En 1929, André Breton publicó el segundo manifiesto surrealista. Y lo que hasta entonces parecían sólo manías (Bretón ya apuntaba maneras peleándose el dadaísta Tristan Tzara) o excentricidades autoritarias del cabecilla surrealista, se convirtieron rápidamente en problemas.
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Breton, líder o mas bien Papa Negro del movimiento vanguardista, se proponía en este segundo documento apuntalar la carga política del Surrealismo, comprometiéndolo mucho más con el marxismo. Pero el asunto se torció. No a todos los surrealistas les gustó la idea. Así que André Bretón excomulgó, condenó y expulsó del grupo a todos aquellos que no coincidían con sus ideas, entre ellos a Roger Vitrac, Philippe Soupault, Antonin Artaud, Salvador Dalí y Robert Desnos.

Hasta ahora
, la coincidencia más cercana que podréis encontrar con el fútbol no aparece por ninguna parte. Podrán creer que entraré a hablar del tema sacándome de la chistera un dato decorativo de la época -que podríamos, y sería divertido introducir-. Pero el asunto no es un partido ni un balonazo. La coincidencia ocurre ochenta años después.


Cada vez que escucho hablar a José Mourinho me desquicio, y pienso en el fundador del surrealismo. Espero los panes duros, los huevos podridos, los tomates, las piedras y zapatos que habrán de llover sobre mi cabeza después de escribir esto .Puede que merezca tales misiles, unos de parte de los estetas ofendidos, otros de de los futboleros serios que piensen que esto es un ejercicio retórico. Pero esperen. Por favor. Pido una oportunidad.
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Tanto el técnico portugués como el escritor francés son hombres de caracter fuerte, potencia creadora e imaginación déspota. Ninguno ha tenido -ni tuvo- distinciones con nadie excepto con ellos mismos. Comunismo aparte -no me interesa si lo es, y no creo que Mourinho lo sea-, ninguno encaja la crítica con facilidad y se revuelven a la primera. A ambos se les esperaba como redentores y, a su manera, no defraudaron.
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Breton, poeta, crítico y motor de lo que fue un movimiento estéticamente más sofisticado y elaborado que el Dadá y el futurismo italiano, logró para sí y su cenáculo expandible (de acuerdo a su humor aumentaba o se reducía) convertir en vanguardia una irracionalidad que estallaría como guerra apenas unos años después. Y lo hizo con inteligencia y cierto oportunismo: haciéndose rodear de las personas correctas, aunque luego, claro está, su vocación de mando fuese más potente que su vocación artística. Es el padre autoritario que Freud siempre soñó en su consulta.
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A José Mourinho, como a Breton, sólo le vale ganar. 14 títulos en las útimas 7 temporadas. Un dato que ya puede despeinar a los que creemos que su amor propio y su petulancia sobrepasan en su estrategia del primer toque y no más. Padre autoritario. Déspota inflexible que sabe también a quién y cómo aproximarse, y que entiende que toda defensa conlleva un acto estético: la victoria.
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Cada vez que leo sus palabras en los titulares ("Aquí nadie juega por lo que costó", "Aquí no se espera a nadie"), algo hace click o crack de menisco. Su tono de padre sabio y severo. Sus modos de Papa Negro y su tufillo bretoncesco tipo "Aquí se hace lo que yo digo, o a la calle os vais todos, hasta el mismísimo Dalí, porque mando yo".UHm... Papa Negro entre Ángeles Blancos con remaches y con el permiso -o el perdón- de Carling.
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Si Mourinho podría ser Bretón en medio de una alucinación merengue, ¿acaso Valdano podría ser Tristan Tzara en modo melancolía? Mejor ni pensarlo. Si entre poetas cualquier desenlace es fatal, ¿qué podría ocurrir entre un Papa Negro futbolista y un poeta ofensivo con pretensiones literarias?

Lo mejor será sentarse a redactar un cadaver exquisito antes de que comience la temporada. Propongo el primer doblez del folio: DESPUÉS DE HACERSE EL TURCO, EL MAESTRO GUTIÉRREZ DEJÓ EL 14 EN BUENAS BOTAS. Quien quiera continuar la seguidilla surrealista, escriba una frase de acuerdo a la receta del automatismo psíquico (no piense, como ir a un examen sin estudiar). Al final, veremos qué nos sale de este cadaver exquisito en los comentarios del post. Del Papa Negro, ya hablaremos en mayo del año que viene. Ésa, señores, ya es otra historia.