miércoles, 29 de septiembre de 2010

Manual de futbol para turistas, ilegales y expatriados

En verano de 2008, un cayuco con cuatro cadáveres -los otros diez los habían arrojado al mar- y 55 personas vivas llegó a la isla de la Gomera proveniente de Senegal. Los sobrevivientes, interceptados por una lancha de la policía, formaron parte de los 13.000 náufragos ilegales que ese año intentaron pisar territorio español. Ellos entraron vivos en las estadísticas. Cerca de 7.000 no lo consigue, se los traga antes el mar.

Año tras año, África expulsa a los suyos en un viaje de más de 1.500 kilómetros y cinco días desde Mauritania hasta el norte de las Islas Canarias, la ruta más transitada para quienes deciden emigrar. Existen otras cuatro formas diferentes de llegar al archipiélago canario, cada una con un precio cercano a los 600 euros por tripulante, aunque si el cayuco parte de Marruecos, el viaje asciende a 1.500, según cifras aportadas por La Cruz Roja.

En estas barcas, de unos 25 o 30 metros de largo, pueden viajar entre cien y ciento treinta personas. Campesinos, cabreros, mecánicos, pescadores, universitarios. Se calcula que las mafias que comercian con la inmigración ilegal ganaban cerca de unos 75 millones de euros anuales entre los años 2008 y 2009, antes de la crisis económica –la cifra de desempleo en España creció de 11% a 18%- que hizo descender a sus mínimos históricos los niveles de inmigración ilegal. Los traficantes de migrantes son a su manera, coyotes del agua. Su trabajo es embarcar, y embaucar, a los pasajeros. El resto lo hace el mar, la suerte o la muerte.

Los hombres que desembarcaron ese verano llevaban casi una semana conviviendo con una purulenta tripulación de cadáveres en descomposición. Llegaron a tierra cual pasajeros de una barca fúnebre. Después de pasar los controles médicos y aún a la espera de una respuesta sobre la legalidad de su estatus en suelo español, uno de ellos compareció ante la prensa española, que no tardó en hacerse eco de su historia.

Tenía los ojos negros y la piel brillante. Los dientes blancos y la mirada desenchufada. Parecía un hombre que llega del infierno como si se tratase de un lugar normal. A la espera aún sobre su posible repatriación, este estropeado marinero, este Ulises pinchado en su barca de hule, dijo haber cumplido, al fin, su sueño. No sólo había llegado a España, sino que lo había hecho vistiendo una camiseta del FC Barcelona, un sentir que bien podría ser una marca pero que arranca furores incluso en lugares como Sierra Leona.

El sujeto pronunció sus palabras como quien está en trance: mirando hacia ninguna parte y vistiendo los jirones de algo que en algún momento fue una sudadera de rayas azules y granate. El negro, de ojos sin corriente, llevaba puesta la camiseta con el dorsal 10, el número del delantero derecho argentino Lionel Messi, quien también había cruzado una extensa mancha de agua para llegar a España, de otra forma, pero la había cruzado diez años antes, en 1998.

Messi, nacido en Rosario, Argentina, llegó a Barcelona siendo apenas un adolescente con problemas de crecimiento. Pero tras dejar apalabrado y firmado su contrato en una servilleta, se convirtió en el niño prodigio de La Masia, la cantera azulgrana de la que han salido prodigios como Guillermo Amor, Pep Guardiola, Xavi Hernández y Charles Puyol.


Al momento de entrar en La Masía, Messi tenía apenas 13 años. Lo habían rechazado en el River; era demasiado pequeño para su edad. Hoy apenas alcanza el metro setenta, estatura suficiente para ser el Balón de Oro 2009, el primer argentino en obtener el premio que entrega la revista France Football y el séptimo azulgrana después de Luis Suárez, Cruyff, Stoichkov, Ronaldo, Rivaldo y Ronaldinho. Cosas del mar...

***

Anfiteatro del Camp Nou, distrito de Les Corts, Barcelona. El Templo culé –y catalanista- en pleno y más agudo orgasmo. Las gradas desde donde veo el primer tiempo de los azulgrana contra el Valencia limitan con el palco de Joan Laporta, en aquel entonces todavía presidente del equipo y canciller deportivo del independentismo catalán. No en vano, meses después, justo antes de que el Tribunal Constitucional se pronunciara (sin hacerlo finalmente) sobre el Estatut y tras lograr el triplete de Champions, la Liga Española y la Copa del Rey, un henchido Laporta se lanzó a la calle para pedir respeto a la soberanía catalana. Lo hizo varias veces. La primera a luz del día.

La segunda, de madrugada y con antorchas, durante la conmemoración del 69o aniversario del de la muerte último presidente republicano de la Generalidad, Lluís Companys, quien fue fusilado por fuerzas franquistas en el foso de santa Eulàlia del Castillo de Montjuic, en 1940.

A mi lado, un par de ancianos hablan en el más puro y duro de los catalanes. Una orgía de eles y plaus imposible de descifrar para cualquier oído pedestre. Los hombres no se han dirigido a nadie en castellano. Puede que no les interese, que no lo necesiten, o que en este estadio nadie hable español y aún no me haya dado cuenta. La megafonía canturrea, también en lengua local y sin traducción, las señas de un niño perdido que espera a sus padres en la puerta número 56. “El nen extraviat, a la porta número cinquanta-sis”.

Dos filas más atrás, un hombre de piel negra –brillante, casi como una piedra lisa y pulida- grita improperios y vítores. Lo hace en un español defectuoso y provisional, un español incompleto y rudimentario pero profundo. Lanza palabras que parecen dichas por un niño. Palabras incompletas, cortadas, casi nuevas y poco aceitadas. “Gudjohnsen, tío, no vales para nada. Para nada”. Y aunque le faltan acentos y vocabulario, al voceador le sobra razón.


Miro al campo y compruebo las afirmaciones de mi vecino de grada. Eidur Gudjohnsen, el que en ese entonces era el centro campista islandés de los catalanes para la temporada 2006-2007, era un paquete. Por eso lo traspasaron al Mónaco. Pero Gudjohnsen era lo que menos importaba en este momento. Era la piel brillante del hincha y sus palabras poco aceitadas. Eran sus gritos y su emoción. Me di la vuelta

Su grueso forro polar. Sus manos toscas, hinchadas de cargar cosas. ¿Qué hace este hombre? ¿En qué trabaja para costearse una entrada en esta zona de rancios y abonados catalanes? Su voz parecía la uña que chirría contra un pizarrón. Una electricidad que enciende cuando alguien es capaz de asignarle al césped del campo la condición de una patria a la que sí parece invitado.

El hombre continuó gritando improperios contra Gudjohnsen ¿Y quién se supone el resto para sospechar de su abono, la elección de su patria o lo que sea? La pareja de ancianos catalanes mascaba palabras incomprensibles, mientras yo me quedé mirándome las uñas y los prejuicios.

Los afectos ciudadanos que despiertan el azul y el granate del Barça suponen una heráldica cuyo efecto se equipara a las cuatro barras rojas de la bandera catalana. Recoge Robert Hughes, en Barcelona La Gran Hechicera, la leyenda que atribuye las barras de la bandera catalana a una leyenda según la cual éstas son las marcas que dejó el hijo de Carlomagno para Wilfredo el Velloso, el fundador de la independencia nacional de Cataluña.Tras mojar sus dedos dentro de la herida del guerrero Velloso, rascó el escudo con las yemas dejando cuatro trazas de sangre. Cuatro líneas rojas y rectas. Las mismas que hoy dan ritmo a la bandera catalana.

La leyenda, insiste Hughes, jamás ha sido confirmada, porque las fechas de muerte de ambos personajes son demasiado remotas, valga acotar. Más allá de eso, nadie supone una escena de ese tipo con el suizo Hans Gamper y los 12 culers con los que fundó el Club, pero la épica es necesaria, de lo contrario, quién cruzaría el mar en una barca llena de cadáveres vistiendo las espaldas con la réplica futbolera del garabato guerrero.

Hay quienes dicen, entre ellos Kevin Connolly y Rab MacWilliam en Campos de Gloria. Senderos Dorados, que las rayas de la camiseta culé, se supone, están inspiradas en los colores del Merchant Taylor’s, el colegio privado al que asistió Alfres Whitty, el primer capitán del equipo catalán. Pero ninguna patria, sea propia o adoptiva, puede ser aséptica. Para que sea propia o deseada como tal, necesita una mise en escène. Y la ciudadanía del balompié no escapa a esas coreografías cívicas. Necesita danza, arrebato.

El Cant del Barça podría ser el himno nacional de una nación de inmigrantes. "No importa de dónde vengamos, si del sur o del norte, pero estamos de acuerdo, una bandera nos hermana". Y a pesar de eso, la versión oficial, compuesta en 1974, está íntegramente escrita en lengua catalana. He ahí el extraño cosmopolitismo barcino, imposible de descifrar, incluso en el himno de su club de fútbol.

Esa patria se juega con los pies. Su himno es la muchedumbre y la dirección de su estadio un pase que sigue la avenida de la Diagonal. Aquí todos tienen derecho a pitar por igual. El hombre del español poco aceitado, el chico que no llega al metro setenta, el malhumorado abuelo de las “eles” y los “plaus” y hasta el mismísimo xarnego de Juan Marsé del barrio El Carmelo.

En medio de todos nosotros hay demasiado césped, también enormes manchas de aguas, cercanas o remotas, pero suficientes para nadar durante toda la eternidad. Y entonces me da por pensar de nuevo en el hombre del Cayuco que pisó España con la camisa del Barcelona. Pienso en él mientras muerdo, sin mucha convicción, la cáscara salada de una pipa.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Piangere


Julio Sergio llora en el área. Su equipo pierde contra el Brescia 2-1. Apenas hay 10 hombres en el campo tras la expulsión del defensa Philippe Mexes. Su técnico, Claudio Ranieri, no puede sustituirle. Ha agotado los cambios y Sergio su paciencia. El guardameta de un metro ochenta y siete centímetros arruga su barbilla e, impotente, manotea contra el palo derecho mientras sorbe sus babas y, derrotado, chilla. Pienso en Peter Handke, y me pregunto en qué estaba pensando cuando escribió El miedo del portero al penalti.

No fue discreto. No se dio la vuelta ni apretó los dientes. Con la boca abierta, arqueada hacia abajo, como los niños -o los hombres humillados-, el portero de la Roma lloró amargamente. Apoyado en el palo de una portería, incapaz de atajar nada que no fuesen pinchazos en su tobillo lesionado, el brasileño Julio Sergio estuvo condenado a permanecer en el terreno de juego durante más de cinco minutos hasta que acabara el partido.





Miro su imagen en You Tube, una y otra vez, y hasta me parece advertir un brevísimo hilo de saliva que aterriza en su cabello desde la grada tifosa del estadio Mario Rigamonti. Peor que la derrota es sin duda la torcedura en el tobillo que le estropea el alma al feroz ladrador y lo confina a ese pozo de rabia y llanto. En este juego, el hombre vuelve a ser niño. Por alguna extraña fórmula de esa hierba que reviste los campos, sobre ella los hombres a veces conmueven y enloquecen, se engrandecen y se derrumban, solos y desamparados, como estatuas rotas.

martes, 21 de septiembre de 2010

¿Cómo ganar un partido con un solo hombre?

Si el Madrid jugara todos los días como lo hizo ayer, Xavi Alonso podría terminar el año como el Juan Poltí de Horacio Quiroga, tendido en el medio del campo. Lejos esté el vasco, ¡por todos los Santos!, de la trágica suerte del half-back del Nacional de Montevideo, versión literaria que hizo Quiroga de Abdón Porte, el mediocampista que se quitó la vida de un disparo en el centro de la cancha.

Lejos -insisto- esté la suerte de Alonso de esta truculenta historia. Pero algo sí es cierto, y en eso la metáfora lleva razón: enloquecer a un hombre haciéndole correr y tirar a solas, durante más de 90 minutos, de un juego sin propósito es como ponerle un revolver en la mano. Da igual que tenga o no balas. Acabará tendido. Exhausto. Finito. Caput.

En el encuentro ante el Espanyol ayer en el estadio Santiago Bernabéu, el Real Madrid no jugó con 10 hombres, porque desde el comienzo lo hizo tan sólo con uno, el actual dorsal 14 merengue. Un Lass Diarrá destemplado -e incapaz de acertar un pase- obligó a Alonso a hacer doble trabajo: el suyo, el de Diarrá y, de paso, el del resto del equipo.
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Presionados por el rumor de la grada, el Madrid del primer tiempo obligó al centrocampista vasco a recuperar balones absurdos, desperdiciados en jugadas nerviosas. Un Özil diluido y mucho menos eficaz sumó preocupación a la afición pero también yardas a la ya penitente carrera de Alonso durante el encuentro. Es cierto, el mediapunta no tiene porqué recuperar balones, pero cuando el 14 se rompe el pecho, no estaría de más mirar atrás.

Xavi Alonso -también el juego del Madrid- comenzó a ver algo de luz con la llegada de Khedira en el minuto 27 del segundo tiempo.También con la intervención de Arbeloa. La aparición de ambos jugadores rearmó el esquema. Donde reinaba la dispersión fue posible untar algo de pegamento.

Llueven galácticos, aterrizan torrenciales místers en Valdebebas, y sin embargo, el Madrid tiene el mismo problema. El centro del campo, siempre ahí, gravitando como un agujero negro que se traga el juego merengue de un bocado. El mismísimo cañón del revólver a punto de cargarse lo que aún no ha comenzado.




Ayer, apenas unos minutos después de terminarse el encuentro, el periodista Santiago Segurola hizo notar en Radio Marca a un destemplado grupo de colegas suyos–todos demasiado atascados en el asunto arbitraje (que sí, fue lamentable)- lo que desde un comienzo se hizo obvio: Xavi Alonso estaba –y muchas veces está- tirando del carro solo. Y aunque las cifras sostienen al equipo -10 puntos, 6 goles a favor y uno en contra en cuatro partidos-, el Real Madrid no está para estos desafinados recitales.

El juego hubiese estado completamente roto –sí, mucho más de lo que estuvo- de no ser por Xabi Alonso, que se montó en los hombros, él solito, el peso del esquema 4-2-3-1 -anterior a la roja de Pepe- con el que ni el mismísimo Mourihno ha revivido el centro del campo del Real Madrid.
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No se puede pueden sostener dos balas de plomo con una única soga, porque al final, terminará por reventarse. El acertijo entonces no sería cómo ganar un partido con un solo hombre, sino cómo jugar ese mismo partido sin cargártelo y, deseablemente, acompañándole de 10 más.

En menos de ocho días, el Real Madrid ha jugado tres veces. Contra el Ajax, la Real y ahora el Espanyol. En las tres oportunidades, Xabi Alonso ha corrido lo que muchos de sus compañeros no llegarían a completar –con cierta eficacia- en una sola jornada.

A eso se suma un tema de Dianas móviles. Durante el encuentro con el Ajax -que tanto la prensa como la afición destacan como el mejor partido del Madrid hasta ahora- hicieron falta 26 tiros para lograr dos goles. Anoche, aunque marcaron CR7, Benzemá y el Pipita (en jugadas completamente aisladas), Gonzalo Higüaín desperdició seis ocasiones, entre ellas un oportuno tête à tête con Kameni que la grada no tardó en castigar con su ruidosa justicia de abucheo.
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El partido de anoche, además de feo, volvió a dejar en la mesa el aroma de las dudas. Podría llegar un día en que la sobrecarga deje a Alonso, y por ende al juego del Madrid, tendido de largo a largo, y sin la certeza de resurrecciones express. Porque hasta para revivir hace falta un plan claro que aún el –cada vez menos níveo- Real Madrid no termina de aclarar.

Sergio Ramos. De la luna al centro. Ayer, el segundo capitán del Madrid comenzó el partido de forma muy parecida a como jugó contra la Real Sociedad, con descuidos, gazapos, huecos y balones perdidos. Una vez reajustado el campo, y devuelto a la posición de central -donde suele verse demasiado encorsetado, a veces- Ramos recuperó lucidez, velocidad y pegada como defensa. Sobre el partido, el sevillano dijo al Marca. "Entendemos al madridismo. Ellos esperan mucho de nosotros y quieren que juguemos bonito, y ante el Espanyol no lo hemos hecho. Pero lo importante son los tres puntos".

domingo, 19 de septiembre de 2010

El cíclope y el tobillo



Agarrarse al magnífico De Gea que ayer evitó siete goles en el Vicente Calderón hubiese sido suficiente para los colchoneros. Un Barcelona menos aflautado, pero mucho más directo, se enfrentó ayer a un Atlético de Madrid que, cuando comenzó a acabársele el fútbol, optó por las entradas y los barridos.
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El primer tiempo dio fútbol y fuego, a partes iguales.En el minuto 13, con un tanto geométrico, Messi preparaba el remedio culé contra el mal del Calderón. Y aún en el empate que consiguió García, los azulgrana parecían sudar la fiebre colchonera para quitarse esa peste por un buen rato.
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El gol de cromo de Piqué en el minuto 32 de la segunda parte aceleró aún más el ritmo del encuentro. Los rabiosos colchoneros se fueron por las ramas. Ciegos en el campo y secos de talento (¿alguien vio al Kuhn?), dejaron el peso a De Gea y se dedicaron a la bisutería y la hojalata del fútbol: más patadones y puntapiés que pases acertados, pozos de rabia dónde marcar los goles que no entraron en la portería de Valdés.
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Pero nada hasta ese entonces había resultado tan vulgar y pobre como el tiempo de descuento, cuando el frustrado y ciclópeo Ujfalusi -sin ninguna necesidad- le machacó el tobillo a Messi, como si haciéndole polvo el ligamento al argentino, el jugador pudiese defender el puesto de su equipo en la liga.
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¿Un atlético feroz? ¿Colchoneros dispuestos a pelear por un puesto en la clasificación? Para ser un equipo familiarizado con la derrota (¿no es ése el dulce amor de su afición? ¿el querer sin pedir nada a cambio?), encajaron mal el repaso de anoche. Qué poco fútbol hay a las orillas del manzanares.

Razonamientos ligueros. Proposición Nº. 1



“Todo había empezado, según Piel Divina, con un viaje que Lima y su amigo Belano hicieron al norte, a principios de 1976. Después de ese viaje ambos empezaron a huir, primero por el DF, juntos, después por Europa, ya cada uno por su cuenta. Cuando le pregunté qué habían ido a hacer a Sonora los fundadores del realismo visceral, Piel Divina me contestó que habían ido a buscar a Cesárea Tinajero”.
Roberto Bolaño. Los detectives salvajes


Si el tiránico y adiposo Maradona es el Ignatius Reilly del fútbol y Zizú el perseguidor de algo que poseía de antemano-un Horacio Oliveira del área-, entonces la proposición lógica es más que factible. Los hombres que juegan al fútbol son buscadores, recomponedores de un lugar que está constante y progresivamente vacío. La portería y los espacios en blanco que separan al jugador de los tres palos son su lugar de partida –y llegada-.
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Los futbolistas no sólo corren tras el balón o delante de él. Existen, simultáneamente, con él. La sola suposición en contrario convertiría todo en un episodio demasiado vertical. Jugador persigue pelota. Pelota entra en portería. A_____________B.
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La teoría del juego quedaría abreviada en el despropósito y la gente iría al campo a ver algo que no tendría chiste. De ser cierta esa premisa, los jugadores dejarían de ser el Ulises prototípico, y se verían obligados a abreviar sus movimientos, para llegar rápido al fin de su travesía. ¿Quién quiere un héroe tan disfuncional?
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Nada puede ser tan recto, menos aún cuando el rodeo es, por definición, la parte central en el ser del perseguidor. Quien busca, lo hace con cierta demora y belleza. Quien busca también pospone. Para ello baila o derriba, pierde o recupera. Ataca y defiende.
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Once individuos actúan de manera simultánea en un mismo espacio. Lo hacen contra una oncena contraria, que busca exactamente lo mismo, y con la que comparte una variable adicional: ambos ignoran qué elección tomará su oponente para hacerse con el objeto deseado. Perseguidores, buscadores… ¿Detectives?
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Veintidós jugadores con, al menos, dos decisiones por movimiento: hacer o no hacer, que también podría ser derecha o izquierda, arriba o abajo. Es suficiente margen para pensar en una red de posibles conexiones que cada futbolista debe buscar, como quien toca los ladrillos de un muro o busca la tecla adecuada. Un mecanismo que se activa como los bailes o las guerras; algo bello y atroz en el imprevisto.
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Una armonía oculta hace que los perseguidores sean capaces de hallar la jugada oculta, haciéndola visible ante los ojos atónitos de la grada, que desde ese día le creerá Dioses. Es entonces cuando uno se pregunta si existe un efecto memoria en el aire de los estadios o una constelación de balones 'intocados' a la espera de que alguien -los detectives- los active. Y es allí donde se origina el selecto grupo delanteros, volantes, laterales, centrales y defensas elegidos para el viaje de un extremo a otro del campo.
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Entonces, si el tiránico y adiposo Maradona es el Ignatius Reilly del fútbol y Zizú, el Oliveira, el perseguidor de algo que poseía de antemano, es lícita la hipótesis del buscador o el Ulises prototípico. Los 22 sujetos que, de mutuo acuerdo, se citan en un rectángulo durante 90 minutos para ensayar las posibles composiciones que hacen visible la parábola secreta que existía antes de que el medio campo centrara el balón y el mediapunta lo sentenciara como gol. Ahora lo ves, ahora no lo ves.

Razonamiento liguero. Proposición lógica número uno, con variantes detectivescas. Ulises Lima es a Arturo Belano lo que Iniesta es a Xavi Hernández; o bien, Ulises Lima es a Arturo Belano lo que Xavi Hernandez es Messi. Perseguidores a oscuras, Detectives salvajes de balones aún sin tocar.


martes, 14 de septiembre de 2010

Repartirán galletas saladas a las puertas del Bernabéu

CR7 sugiere a la afición abstenerse de dar silbidos. Razón no le falta al delantero cuando pide más apoyo y menos carnicería de parte de sus propios seguidores, pero ya lo dice el refrán. Quien se mete a redentor... Así que a la plantilla merengue, y por tanto al Papa Negro, mañana les toca, con o sin grada silbante, dar un juego convincente en su primer partido de Champions.

El Ajax vuelve a la competición después de cinco años de ausencia, y lo hace tocado. Luis Suárez, el delantero uruguayo del club holandés, se pierde el partido de ida por sanción. Más cómodo no lo puede tener el Madrid. Jugará en casa, con un equipo oxidado que tiene sentado en el banquillo al hombre que en la temporada pasada marcó 35 goles en 34 partidos. ¿Alguna exigencia adicional?

Tal vez el Real Madrid vuelva a justificarse y pida un nueve en las portadas del Marca (30.08.2010) para ganar a cuentagotas o volver a empatar a cero, como ocurrió con la primera jornada de Liga. Es probable. Existe también la posibilidad, ¿por qué no?, de una alianza estratégica para retirar la venta de líquido en todas las instalaciones del Bernabéu y repartir galletas saladas en todas las puertas, para evitar los molestos silbidos. Pero el asunto seguirá siendo el mismo.





El jugador número 12 parece que no siempre está invitado a ser titular, o parece que se le convoca como tal para que se deje la laringe a cambio de cualquier cosa, o para cuando el asunto se ha puesto realmente feo.

La grada, fiel a su naturaleza de informe cuerpo político, ya desea ver materializados los resultados de su fe. Estos dioses suyos cojean mucho. Por eso se mueve, se revuelve silbante y anónima. Por eso hace ruido, CR7. Para que tú hagas fútbol.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Lecciones para una resurrección


Después del 0-4 del Argentina –Alemania en el Mundial de Sur-África , el amistoso de la selección albiceleste contra España en el Monumental de la avenida Núñez fue una resurrección.
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No bastó una España campeona e ineficaz; una España campeona pero justita, campeona pero aburrida, campeona pero sin bandas, ni defensa, ni punto culminante. Tampoco se trató de una España para hacer leña, pero sí de una Argentina que volvía de la muerte.
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Durante los noventa y tres minutos del amistoso, Argentina se levantó del diván de sus ensoñaciones y abandonó la terapia del padre autoritario de Villafiorito. Relevado en su papel de Dios que decomisa dones, Maradona quedó en esta selección como un aspersor de lágrimas y despropósitos, alguien a quién purgar. Y a juzgar por lo ocurrido anoche, parece que Checho Batista supo la forma correcta de hacerlo.
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Batista no sólo recuperó al Messi veloz del primer tanto, sino también a los centrocampistas Banega y a Cambiasso, quienes al ubicarse como volantes por arriba de Masccherano, alimentaron el juego permanentemente tal y como quedó demostrado durante los primeros 15 minutos del partido: la dentellada del Apache en la zona de La Roja, el avance libre y descargado de Messi que estrelló la pelota en la red de Reina, y el gol del insatisfecho Pipa, que marcó el segundo tanto.
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Pegada y cierre en lugar de los patadones y las vergüenzas de Ciudad del Cabo, además de la impecable defensa de Milito y Zanetti. El desafortunado resbalón de Pepe Reina aprovechado velozmente por Tévez, que le dio el tercer tanto a los argentinos, amén del fuera de juego de Di María -que redujo el repaso de cuatro a cinco-, mostraron un partido que carburaba en las botas argentinas como hacía tiempo no se veía.
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Que la salud futbolística argentina pase por el brillo de la estrella dorada en la camiseta de la selección de España no cae en gracia en las crónicas deportivas de la prensa española, pero en el fútbol -como en el psicoanálisis- ningún césped es inofensivo. España todavía se estrena como campeona, aún no sabe que a los vencedores les toca, de vez en cuando, como esta vez a los argentinos, aprender a resucitar.