sábado, 30 de octubre de 2010

Retrato de un hombre trabajando


Hace ya cuatro años desde entonces, pero he vuelto a verla. En el último partido del Real Madrid que vi en el campo, contra el Racing, me propuse con Özil la misma tarea que en su día acometieron el británico Douglas Gordon y el francés Philipe Parreno con Zidane: seguirle atentamente durante todo el partido.

No tenía las 17 cámaras, tampoco las pretensiones de la pareja de artistas, y mucho menos el talento para hacer de eso un acto estético. Yo lo hice por razones futboleras, ellos por temas plásticos. El asunto es que mi experimento terminó con un gran dolor de cabeza, una idea fragmentada del juego del alemán y la imperiosa necesidad de volver a ver Zidane, a 21st Century Portrait (2006).

Este vídeo a color fue realizado por Gordon y Parreno el 24 de abril de 2005 en un encuentro entre el Real Madrid y el Villarreal en el estadio Santiago Bernabéu. Dura en total 90 minutos -el tiempo de juego- y tiene como particularidad el hecho de que en él sólo interviene, desde distintos puntos de vista, Zinedine Zidane, en ese entonces jugador del Real Madrid.



Para llevar a cabo este proyecto, Gordon y Parreno echaron mano de 17 cámaras digitales de 70-2.100 mm enfocadas sólo en él. La precisión nos acerca a detalles tan nimios como las botas del astro, una banda en su muñeca, o los poros de su rostro. Todo en el vídeo nos empuja al dorsal cinco, al galáctico, que parece flotar en el eco de la muchedumbre y el sonido de su propia respiración.

Zindane, a 21st Century Portrait fue presentada en el 59 Festival de Cannes, en la Feria Art Basel y sobre ella se escribieron muchos ensayos, entre ellos The job changes you, de Tim Griffin, editor de Art Forum, quien se planteaba el culto debate del retrato dentro del estadio, el lugar por excelencia de la cultura de masas. Lo curioso, y en eso hay que darle la razón a Griffin, es que la mirada permanente sobre Zidane muestra a un hombre absorto, volcado en el hacer.

Y es justamente esa noción aislada del individuo en medio de la acción lo que hace resaltar aún más. Zizou solo en la acción llega a transmitir incluso lo que veríamos un año después en su cabezazo a Materazzi: el solipsismo, la idea del hombre consigo mismo. En el terreno audiovisual, en la cancha, el lugar de los vítores y los Once de la tribu (Villoro dixit), es posible aún retratar a un hombre que está solo y rodeado. El retrato del artesano, del hacedor o el campesino de los siglos XVII o XVIII se traduce, de pronto, en un hombre de pantalón corto –admirado por 80.000 espectadores- aprisionado en 17 visiones simultáneas de sí mismo. Los videoartistas además, deliberadamente, silencian a la multitud, la difuminan, la alejan y la acercan, y crean una banda sonora en la que uno puede ver al argelino flotando –abstraído- con un fondo musical de Mogwai.

Gordon, el videoartista británico, ganador del Premio Turner (1996), la Bienal de Venecia (1997) y Hugo Boss (1998) dijo en su momento que ésta no era “una película sobre el fútbol, es un retrato de un hombre trabajando”. De hecho, poco antes de llevar a cabo la filmación, Gordon y Parreno se fueron al Museo del Prado para conseguir justamente en Velázquez y Goya los referentes que buscaban.

Ahora que vuelvo a ver una parte del vídeo –en España se presentó en el Musac-, me viene a la mente la idea de pedestal, ventana, recuadro, escenario. El campo es el lugar de las representaciones simultáneas. Ocurre todo a la vez, la victoria, la derrota, la acción de 22 jugadores, la grada e incluso la propia e íntima soledad de un hombre retratado por 17 cámaras. Miro el vídeo y sin saber porqué, me emociono.

domingo, 17 de octubre de 2010

'Iván, el terrible' y otras chatarras del odio

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El partido entre Italia y Serbia para la fase de clasificación de la Eurocopa 2012 duró seis minutos. No más. El marcador empataba a cero en el estadio Luigi Ferraris de Génova cuando una bengala cayó a los pies del portero italiano Francesco Viviano. Pero a ésa siguió otra, otra más, y otra más. Fue entonces cuando el árbitro decidió suspender el encuentro entre los dos equipos del Grupo C. Los hinchas serbios habían logrado, al fin, su objetivo.
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Esto podría ser fútbol, si hubiese un balón de por medio. Pero no es el caso. Los más de 100 ultras serbios que derribaron las barreras de plexiglás, se enfrentaron con la policía y atacaron a su propia selección, no eran una horda eufórica, tampoco un rebaño de corpulentas ovejitas negras pringadas de alcohol. No descargaron su furia contra los Azurri. No era precisamente contra ellos que descargaban buena parte de la artillería.

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Poco antes del encuentro, Vladimir Stojkovic, el portero de la selección serbia, fue alcanzado por una bengala arrojada contra el autobús del equipo. El técnico italiano Cesare Prandelli dijo a la prensa que, a su llegada al estadio, encontró a Stojkovic, temblando, en los vestuarios de los Azzurri. 400 "hinchas" dispuestos a linchar a su selección. Una forma curiosa del afecto en la grada. Eso, o se trataba de los jugadores número doce más letales en toda la historia del fútbol. Sinceramente, no me creo ninguna de las dos.
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Entre los 17 arrestados en Génova, el más suculento es el líder Ivan Bogdanov, el hombre grueso, cubierto con un pasamontañas y los brazos tatuados que se trepó a la valla de seguridad para cortarla con unos alicates. En otras instantáneas puede vérsele arrojando bengalas cual ciclópeo personaje. Iván el terrible, como ahora le llama la prensa italiana, tiene 29 años y es el líder del grupo Tigres de Arkan, seguidores del club serbio Estrella Roja.
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Tigres de Arkan habla por sí solo. Arkan es el apellido de Zeljko Raznatovic Arkan, quien, en los años noventa, durante la descomposición de la antigua Yugoslavia, organizó y fungió de líder de los ultras del Estrella Roja, a la vez que ejercía de criminal militar durante el conflicto yugoslavo con el grupo paramilitar Tigres. Esta facción de ultraderecha propugnaba, entre otras causas, la superioridad racial serbia y la necesidad de una limpieza étnica... ¿Alguna coincidencia?
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Usando el pretexto del patriotismo, Arkan supo combinar fútbol, fanatismo y violencia.Inoculó, como ocurrió también en la década de los ochenta, ese discurso de los serbios como una raza superdotada para la acción y el deporte, pero humillada por las potencias extranjeras. Lo que vimos el 12 de octubre fue la espuma, la boca rabiosa venía detrás.
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El deporte, más concretamente el fútbol y el baloncesto, se identificó como una manera de vencer, humillar y mantener a raya a los enemigos extranjeros y las razas inferiores (bosnios). Bogdanov como corpulento y mostrenco sucesor de Arkan está haciendo lo que le enseñaron: odiar.
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En los noventa, los ultras del Estrella Roja se convirtieron en una banda de choque contra los del Partizán, que fue no sólo un rival deportivo sino también racial. El Estrella Roja es serbio, dicen sus seguidores; el Partizán es un equipo musulmán. Ya nos podemos imaginar, claro está, quién se supone el racialmente superior en este asunto. Una expresión, en miniatura y con alineación, del conflicto balcánico. Lo que ocurrió en Génova está más que claro. Bogdanov lo dijo, además. Él y sus chicos iban por Stojkovic. Formado en el Estrella Roja y ahora fichado por el gran rival, el Partizán, el portero incurrió en la traición y había que hacerle pagar por eso. A un precio cívicamente enloquecido, pero había que hacerlo.
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Lo que se vio ese día no es para enrostrárselo al fútbol, porque en nada tiene que ver con sus leyes ni con sus asuntos. Esta violencia viene de otra parte. Está fuera del césped. Viene de un lugar lejano, de una guerra perdida en el tiempo, que todavía sigue expulsando sus satélites y chatarras de odio.