viernes, 27 de mayo de 2011

Una de fútbol

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En Vallecas se juega un fútbol afectivo. Debe de ser su fraseo obrero, la educación sentimental del Teresa Rivero, que no de Teresa Rivero. Al Rayo Vallecano no le faltan afectos, gruesos amores que recorren a la hinchada como la franja roja a su camiseta blanca -hermana del River Plate en colores y sentimiento-. El rayo está pintado con el plumaje de los que tienen que ser doblemente valientes. Subir de segunda-B a segunda. Y de segunda a primera con la sequía económica de los clubes pequeños y las largas cabezadas de una presidenta que tuvo la poca elegancia de dormirse en muchísimos partidos y de lavar en público los trapos de los bukaneros. El cuarto madrileño en la Liga. Treinta y cuatro años después del primer ascenso, esto promete. Yo me apuesto un alcorconazo bukanero contra el señorial merengue. Eso sería una de fútbol. Y de las buenas.

domingo, 15 de mayo de 2011

El problema es el diamante

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De unas semanas para acá, cruzo los pasos cebra tarareando el himno del Liverpool. No sé si es su arrullo orquestal –fue escrita para el musical Carrousel, en 1945-. O esa sustancia melancólica que tienen las ciudades con puerto, en especial ésa, que puede jactarse de haber tenido en un mismo siglo a los Beatles, a Bill Shankly, Albert Stubbins –mediocampista de los reds que aparece en la portada de Sargent Pepper´s Lonely Heart Club Band-, Wayne Rooney y Steven Gerrard.

No son una excepción en mi Iphone la versión de los Gerry and the Peacemakers, la original, la de 1963, ni las que he conseguido de Frank Sinatra, July Garland, Mahalia Jackson o Elvis Presley y, claro está, la que canta The Kop. Recurro a ellas de cuando en cuando, para que caminar a solas parezca una forma de pertenecer a alguna hinchada. Sin embargo, la razones por las que tarareo Youll never walk alone en estos días no son anímicas sino estrictamente futbolísticas, de ahí el paso cebra. Eso y que en algún lugar debes de refugiarte cuando comienzas a sentirte un hincha huérfano y perdido. Anfield tiene las puertas siempre abiertas para mi fútbol apaleado.

Hace unos días, vi en el Marca un dibujo de cómo quedó la alineación del Real Madrid durante los últimos quince minutos de juego contra el Getafe. La silueta que dibujaban Adebayor como rematador; Cristiano Ronaldo y Di María como mediapuntas y Benzemá como delantero retrasado en el esquema reproducía la forma de un diamante. Con una quijada de cristal –capaz de romperse con bajas como las de Pepe, Ramos, Carvalho- y un centro del campo eternamente abandonado, esa alineación me pareció la explicación perfecta de lo que le pasa al Madrid: apostar al juego individual o a la dupla del tipo Cr7 con Özil.

No existe un pensamiento orquestal que arranque desde atrás y que tenga en el centro del campo la tan ansiada cocina que envidiríamos al Barcelona. Xabi Alonso no da más, repartido como está entre tareas defensivas y tácticas; Lass sirve para lo que sirve: para derribar y cortar y Khedira sigue aún difuso en la opacidad de un juego raro. Sobran delanteros. Jugadores que se comportan como piedras preciosas para coleccionar. Líneas paralelas, llamadas a no tocarse, a no coincidir en una jugada común. Eso explica porqué el desafuero por el título individual de Cr7. Eso es lo que tenemos esta temporada: amor propio versus fútbol.

¿Nunca caminarás solo? Este no parece ser el caso de un equipo –y de un técnico- que se prefiere segundo en Liga y líder en el Pichichi. Este Madrid reina en la soledad y propicia en quienes lo vemos una rara angustia que nos hace silbar el himno de equipos adoptivos. ¿Cuánto tiempo puede soportar un Club la sequía y el travestismo táctico? Capello, Schuster, Juande, Pellegrini, Mou. No hablo de sostener monarquías como las de Sir Alex Ferguson en el Manchester , pero tampoco este festival de verduras caducadas en que se nos ha convertido el Madrid.



Lo más probable es que CR7 bata el récord de Hugo Sánchez al superar con uno más, los 38 tantos que marcó el mexicano con el Madrid en la temporada 88-89. Ajá, ¿y qué? En la pizarra de juego, el mismo y nítido diamante seguirá, engarzado, en el tope de una alineación famélica, que apenas y tiene fondos para armar jugadas convincentes, continuas y orquestales como las que se desean en un combinado de once sujetos que juegan al fútbol. Once sujetos que aspiran no caminar solos sobre el césped del campo.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Con fútbol y sin árbitros, por favor



"Un honrado, pero muy plano, ejercicio del Madrid sólo le permitió salvarse de la derrota y pensar en la proeza. ... No pasó de ahí, de una ficción demasiado atrevida para un equipo que sólo remató una vez (...) Para convertir la ficción en realidad hace falta mucho más que puntería en un remate. Hace falta juego, ideas, atrevimiento. De todo tuvo poco. O nada"
Santiago Segurola. Diario Marca. 04 de mayo de 2011.


Miguel venía a mi lado en el metro esta mañana. Vestía uniforme de cole. Pantalones color gris, jersey de punto azul marino y unos desgastados zapatos de piel, también azules. Tendría siete, ocho años. No más.

Iba molesto Miguel, tanto que hasta me pateó un par de veces antes de llegar a la estación Alonso Martínez. “¡Es que le han dejado tirar. Le han dejado!”, dijo a manera de justificación cuando su madre le reprendió. “¡Hijo, por mucho que te guste el Madrid... Si este año y el anterior le han escogido a ese señor, al Messi, como mejor jugador, será por algo!”, agregó tratando de hacer entrar en razón a su hijo. Pero era tarde. El chiquillo intentaba ahora ahorcar a su hermana mayor, quien se burlaba del derrotado Madrid de nuestros amores. El suyo y el mío.

Por solidaridad con Miguel, para que no le doliese tanto la ida al cole, doblé el Marca de manera tal que el chico no pudiese ver la instantánea de Iker Casillas palmeándose el rostro. Pero ya era muy tarde. Miguel estaba tan inconsolable como fuera de sí. “¿Pero por qué no puede jugar Zidane, por qué?”. “Porque está retirado, hijo. Y deja ya de patear”. “¡Jope, mamá, pero si todavía juega en amistosos...! ¿por qué no puede volver a jugar en el Madrid?

Creo que hoy más de uno, sin uniforme de cole y con bastantes más años que Miguel, se ha levantado dando coces y planteándose preguntas absurdas sobre un equipo al que nunca estamos dispuestos a darle suficiente tiempo. Porque el Real Madrid más que un equipo, es un mal de amor. Una continua resaca de conquista y despecho. Es un ejemplar de conquista único, un portento de rasgos y exóticas bellezas al que, de pronto, en medio de una conversación, se le olvidan las normas elementales del cortejo y piensa que atrincherándose en su silla se hará más hermoso, más admirable.

Yo, como Miguel, zapateo con mis deformes botas de caña. Y aunque lo llevo tan claro como él -sí, es verdad. ¿Por qué no puede jugar Zidane?- me quedo con las pequeñas y hermosas cicatrices que ha dejado el fútbol en el partido de vuelta de la seminifinal de la Champion League 2011.

Un paraguas de Móstoles para la lluvia catalana

El de ayer no fue, gracias a Dios, el partido de liga. Tampoco el de Copa. Y mucho menos, por todos los Santos, la lastimera ida en el Bernabéu. Fue un partido digno en el que los merengues hicieron los deberes. Aunque la dignidad, en este caso, no fue suficiente.

Hubo sí, un planteamiento más ofensivo en el que desafortundamente ni Kaká ni Higuaín pudieron ponerse al día. Su estado físico no se los permitió. Lentos, discretos, a veces invisibles. En especial el brasileño, sustituido por un no mucho más brillante ni veloz Özil, que permaneció también desconectado en ese partido.

Ejemplar, con problemas en la defensa, pero ejemplar, estuvo Marcelo. El lateral hizo lo que siempre. Dar enloquecidas carreras ofensivas, y bajar a mil por hora para recuperar balones, ayudando a Xabi por las bandas y asistiendo a Cristiano Ronaldo, de manera muy intensa sobre todo, en los primeros 15 minutos de juego.

Lass Diarra realizó también un trabajo defensivo de tanque. No dejó a Xavi moverse ni un instante. Lo cual favoreció de manera importante que el resultado no abultara y que Iker Casillas no tuviera mucho más trabajo del que ya tuvo.

La alineación, sin embargo, se ensució. La máxima se confirmó. El Barcelona gana teniendo la pelota. Y sin ella. Así quedó demostrado. A pesar de que la posesión culé fue de 89%, la forma en que tuvieron que manejarla, sin embargo, fue completamente distinta. El de anoche no fue un Barcelona que pudiese jugar chupándose los dedos. Sin embargo, acostumbrados como están a rociar fútbol, no necesitaron de mucho espacio para dar un golpe de aerosol.

Minuto 53. Cadeneta de pases. Una trenza. Primero de Valdés a Alves. Luego, el pase del brasilerño a Iniesta, quien resolvió en un pase en profundidad a Pedro. Un movimiento que activó otros, empujando espacios hasta llevar la pelota en pasillo y hacerla pasar por el costado de Marcelo. Lo curioso de este gol, aún así, no es el remate del canario sino la cocina del chico de Albacete, que aprovecha el balón que viene, problemático, lo convierte en tiralínea y ve diana finalmente en el minuto 54.



La jugada, fiel al repertorio del Barcelona, vio el ángulo donde los blancos no podían calcularlo. Casillas no pudo esta vez parar el remate de izquierda de Pedro. Venía ya el Capitán de atajar en el primer tiempo un tiro cruzado de Messi, un disparo de Villa y otro derechazo del argentino, este último, un balón raso que Casillas detuvo en el minuto 36 luego estirarse con los dos brazos para sacarlo de su ya casi segura entrada.

Goles blancos, ¿o transparentes?

Diez minutos después, en el 63, un ausente Di María -marcado a fuego por el incombustible Puyol- emocionó a los que ya rezábamos con un tiro al palo de Valdés y en lugar de aprovechar el rebote para intentar un segundo gol, el argentino controló el balón y lo envió a Marcelo. El lateral no perdió la oportunidad. Habría sido el segundo del Madrid. Eso, sin duda.

Hablar de los árbitros es una discusión compleja, que entra y sale de lo futbolístico de la misma forma que el viento, la lluvia, el humor de Zeus o cualquier otra antología de los imponderables. Que a estas alturas nos aferremos a esa discusión me parece comprensible, pero no decisiva. Hay un centro del campo que lleva años desaliñado y seco, una sequía en la cocina futbolística, un juego roto que sigue resolviéndose en la fórmula de la carrera enloquecida que agota a los jugadores y deja el juego en la marea de las individualidades.

¿El gol anulado por el árbitro era válido? Sin duda. Nadie hace faltas con las espalda. Y fuera de juego no era, así que error arbitral fue. ¿Podría eso haber cambiado las cosas? Sin duda, como las podría haber cambiado el haber hecho un mejor partido en casa en lugar de dejarnos meter dos goles. ¿Que la expulsión de Pepe entonces nos condicionó en la ida? Claro ¿Y por qué no prever un juego más creativo ante los que es hoy día uno de los equipos más complejos y exquisitos del mundo?

Entonces cualquiera de nosotros podría patalear y decir... ¿Y porqué no puede jugar Zidane? Si de imponderables hablamos, pues podríamos incurrir en desatinos varios, desde dar patadones hasta formular hipótesis absurdas. Yo podría se Miguel por un día, quizás dos, incluso tres. Pero algún día tendría que volver a la oficina y recuperar argumentos, ponerme la pesada y gruesa americana de la realidad en lugar de los destrozados mocasines de recreo. Alguna vez tendría que hacerlo. ¿No?