domingo, 27 de noviembre de 2011

No es un milagro, es Higüaín

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Hasta hace unos meses, muchos lo deban por descartado. Pero Gonzalo Higuaín, delantero del Real Madrid, que sufrió una lesión bastante grave en la espalda, celebró ayer su victoria número cien con los merengues.

Hace rato que el argentino está de vuelta, pero ayer, lo estuvo más que nunca. En su partido contra el Atlético de Madrid y también en su encuentro con el Valencia en Mestalla, el argentino demostró que es puro hueso y corazón.

Richard Fessler, el doctor que intervino en Chicago al argentino de una hernia de disco, dijo que el futbolista había tenido "mucha suerte". ¿Suerte? No sé yo.

Higuaín necesitó tres meses y medio par volver a jugar al fútbol. Y volvió a lo grande, metiendo goles de tres en tres. Después de sus encuentros en Octubre de este año contra el Espanyol y el Betis, el argentino se convirtió en el sexto jugador en la historia del Real Madrid en marcar 2 Hat-Tricks en 2 partidos seguidos de liga

Si tenemos en cuenta que Higüaín fue operado el 11 de enero de 2011, algunos podríamos caer en la tentación de invocar a la suerte o a los santos. Pero no. Este hombre se la juega. Lo hizo al dejar atrás un tratamiento conservador que durante 60 días intentó acabar con una lesión que finalmente tuvo que ser eliminada en el quirófano. La dura recuperación, la lucha por su puesto de delantero contra BEnezemá. Insisto: a él nadie le ha regalado nada.

Cada día estoy más convencida. El tercer hijo del defensor argentino Jorge Higuaín y hermano del también futbolista Federico Higuaín no le debe nada a nadie. Todo se lo ha ganado él solito, incluso en contra de una opinión pública y una hinchada igualmente mezquina que jamás le han dado ni un centímetro de tregua.

Ayer, en su partido frente al Atlético de Madrid, el Pipita marcó un gol de los buenos. De los bonitos. Se lo montó él solo. Después de un drible hermoso contra Asenjo, y de hacerse un pase que le permitió rematar, marcó el cuarto.

A él nadie le monta las jugadas. Él se las busca. Las construye. Las crea. Es, a todas luces, un grande y lo es, justamente, porque no se jacta ni humilla a nadie con su talento. Con su trabajo y su valentía le basta. Siendo apenas un jovencillo en el River PLate, el Madrid invirtió en él 13 millones de euros, una cantidad que el argentino ha amortizado, y con creces, con elegancia, estilo y mucho trabajo.

domingo, 13 de noviembre de 2011

El jugador número doce


Es el único de la alineación que jamás será objeto de especulación para técnicos o periodistas. Suele jugar en todas las posiciones. Tiene una capacidad de anticipación superior a sí mismo. Defiende el área como los antiguos líberos, conecta pases invisibles que sólo él es capaz de distinguir a más de 50 metros de distancia, desde la portería organiza a los centrales; dependiendo del anfiteatro que ocupe. Amonesta a los laterales que suben demasiado.

Resucita los despoblados centros o las peladas bandas cuando hay sequía de juego. Evita el pelotazo aéreo y somnoliento. Imparte lecciones de justicia a los árbitros, cátedras de urbanidad a los adversarios y hasta cursos de fútbol a los técnicos del banquillo. El jugador número 12 es el mejor y más completo de los futbolistas. Sus estadísticas son infalibles, aunque pocos lleven nota de ellas.

Todo lo que hace es por la oncena. Y lo hace por gusto. Nadie ha asegurado sus enclenques pantorrillas de las empinadas escalinatas ni sus desaforados trepadores. Tampoco están aseguradas sus inflamadas laringes. Nadie ha fichado sus corazones para que latan temporada tras temporada. A ellos nadie les paga por amar el balón, tampoco les han reclutado para que fuesen seguidores fieles, pateadores insistentes de un balón afectivo. A diferencia de los árboles plantados en la cancha, los hombres a veces convertidos en abetos, el jugador número doce no piensa en dinero. Piensa en juego, porque la vida que lleva, por muy amarga o empalagosa, coge otro sabor al calzarse los zapatos de multitud, ese pasaporte a la euforia que alguien sella cuando el balón golpea la red.

Nadie les da nada a cambio, excepto los noventa minutos que juegan con botines anónimos. En su libro Dios es redondo, el mexicano Juan Villoro explica el fútbol como aquello que ocurre a la vez “en la hierba y en la agitada conciencia” de quienes lo observan. Nadie mejor que Villoro para explicarlo. “El hombre en trance futbolístico recupera una porción de su infancia, el reino primigenio donde las hazañas tienen reglas pero dependen de caprichos y donde algunas veces, bajo una lluvia oblicua o un sol de justicia, alguien anota un gol como si matara un leopardo y enciende las antorchas de la tribu”. La misma a la que Nick Hornby da vida en su hincha del Arsenal en Fever Pitch.

Alrededor del césped, el jugador número doce ha dado furiosas y solitarias carreras Aún estando fuera de la cancha, entra en ella a la fuerza. Sintiendo en la suya todas las soledades, es el testigo. Es el eufórico y el desdichado, sí, pero el que tendrá que marcharse al fin y al cabo. Su partido es interminable. Es el uno a uno. Su suelo no acaba en el estadio. Le sigue adonde vaya, como si lanzara penaltis contra sí mismo, arrastrando la portería desde el estadio a casa. Escalón a escalón, trepando el metro como quien llega a un patíbulo del propio pecho, gritando, siempre, gritando. Para volver a empezar, otra vez.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Y a los tres días, Ramos resucitó

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Está pidiendo, a gritos, que le dejen de central. La posición en la que originalmente parecía invisible, el lugar que parecía atarle los cordones impidiéndole desbocarse por la banda, será, finalmente en el que le haga, al fin, un futbolista.

Cuando Sergio Ramos llegó al Real Madrid procedente del Sevilla, tenía que enfrentar dos tareas tan complicadas como remotas, una, heredar el dorsal de Hierro y, dos, hacerle honores. Lo primero lo consiguió con relativa facilidad. Vistió la camiseta; y listo. Lo segundo le ha tomado más tiempo.

Irregular. Imperfecto. De dedos escurridizos -en especial cuando trofeos se refiere-. En Liga, Ramos ha pasado temporadas enteras de ausencia, de completa y absoluta invisibilidad. Pero el sábado pasado, Ramos volvió en sí.

Durante la jornada número once de la Liga BBVA, el defensa sevillano volvió a ser el jugador que algunas veces ha demostrado ser. Fuerte, directo, tosco. A su estilo. A su manera. Pero esta vez con una dosis extra de concentración.

Ungido por la reciente lucidez de su posición como central, Ramos no sólo cortó los contraataques de la Real Sociedad. No se limitó el 4 merengue a recuperar balones o subir oportunamente para limar las asperezas de un ataque incompleto. No sólo a eso se dedicó Ramos, sino a ésas y muchas otras cosas. Se dedicó Ramos, insisto, a jugar al fútbol. UN fútbol total, que se dejó las botas en el regate por la banda. Un fútbol de veras. Un fútbol despierto y comprometido.

La noche en que Leo Messi calló los rumores ociosos con un hat-trick -uno, dos, tres, y toma ya-, Sergio Ramos despertó de un largo y prolongado sueño de fútbol chicha que aburría por igual a sus seguidores y detractores. Quienes hemos seguido sus pasos, quienes le hemos visto crecer y al día siguiente achicarse, pudimos disfrutar de un Ramos total, tan macarra como efectivo, tan frontal como omnipresente.

Pide a gritos que lo dejen de central, aunque él todavía no lo advierta. Le queda a Ramos, entonces, su segunda y demorada tarea: ocupar el lugar de Hierro y hacerlo suyo, finalmente suyo.