Muy generosos los amigos del blog de fútbol En el Ángulo
martes, 25 de octubre de 2011
viernes, 21 de octubre de 2011
Mi madridismo es como las lentejas de los lunes
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No he dejado de verlo ni un minuto, que quede claro. Sigo cometiendo las mismas fechorías. Evito quedar los días de Champions. Martes y miércoles, de 20.45 en adelante, me importan las cosas justas, es decir: quién sigue de titular en las alineaciones y si queda Heineken en mi nevera. No lo voy a negar: sigo padecienco la enfermedad del fútbol. Ni me he regenerado, ni nada. Me reservo los sábados de las seis hasta las 23; de ahí en adelante, lo que queráis. Los domingos, a partir de las cinco, idem. Insisto. No ha cambiado nada y, sin embargo, no me apetece.
Es verdad. No me apetece. Ver fútbol me sigue gustando -y un montón- pero hablar sobre fútbol, como en su momento me pasó con la literatura, me da una pereza tremenda. Las exaltadas discusiones en las que jamás estoy de acuerdo -pasa lo mismo con los novelistas que con los centrocampistas-. Las jugadas que a todo el mundo parecen novedosas pero que a mí no me dicen nada -excepto el FC Barcelona, pocas cosas me sorprenden-.
Que si el gol de Benzemá contra el Olympique. Que si Özil se va a poner o no las pilas con la resurrección de Kaká. Que si Mou tiene o no que googlear los nombres de los adversarios del Barcelona. En fin, que mi madridismo está en su momento de menos fe. Y no porque haya dejado de ser hincha merengue, sino porque el poco fútbol que me ofrece sufre lo mismo que los menú del día. Son siempre lo mismo.
Así como el lunes se sirven lentejas, comienzo a acostumbrarme a que en Champions se sirva Benzemá. De la misma manera que podría adivinar el burdo arroz a la cubana de los viernes, comienzo a anticipar los estados de ánimo de Mourinho, tan vulgar y aburrido últimamente.
Que estamos haciendo una temporada excepcional en Champions eso nadie lo niega. Que la liga parece un poco más lamentable, creo que tampoco me lo podréis rebatir. Y sin embargo, algo le pasa a mi madridismo perezoso que comienza -como las parejas cuando se van a ir al traste- a buscar afecto y diversión por otros lados.
Quien lea hasta aquí podrá pensar que el fútbol, o mi noción de fútbol, se restringe al Real Madrid. Y no. No es así. Pero también es cierto que para el universo de futboleros, el balón de las conversaciones se reparte entre culés y merengues. Con los segundos nadie discrepa -son unos hijos de puta o unos cracks, dependiendo de la objetividad del interocutor-, pero con el Madrid, la cosa cambia. Hay que meterse de lleno, a brazo roto, en una erótica de la especulación y la táctica.
Y por alguna razón, cuando toca batirse, peco de flojera. Me doy disimuladamente la vuelta. Miro de reojo ese cuenco de lentejas frías en que se me convierten las biciletas de CR7.
No he dejado de verlo ni un minuto, que quede claro. Sigo cometiendo las mismas fechorías. Evito quedar los días de Champions. Martes y miércoles, de 20.45 en adelante, me importan las cosas justas, es decir: quién sigue de titular en las alineaciones y si queda Heineken en mi nevera. No lo voy a negar: sigo padecienco la enfermedad del fútbol. Ni me he regenerado, ni nada. Me reservo los sábados de las seis hasta las 23; de ahí en adelante, lo que queráis. Los domingos, a partir de las cinco, idem. Insisto. No ha cambiado nada y, sin embargo, no me apetece.
Es verdad. No me apetece. Ver fútbol me sigue gustando -y un montón- pero hablar sobre fútbol, como en su momento me pasó con la literatura, me da una pereza tremenda. Las exaltadas discusiones en las que jamás estoy de acuerdo -pasa lo mismo con los novelistas que con los centrocampistas-. Las jugadas que a todo el mundo parecen novedosas pero que a mí no me dicen nada -excepto el FC Barcelona, pocas cosas me sorprenden-.
Que si el gol de Benzemá contra el Olympique. Que si Özil se va a poner o no las pilas con la resurrección de Kaká. Que si Mou tiene o no que googlear los nombres de los adversarios del Barcelona. En fin, que mi madridismo está en su momento de menos fe. Y no porque haya dejado de ser hincha merengue, sino porque el poco fútbol que me ofrece sufre lo mismo que los menú del día. Son siempre lo mismo.
Así como el lunes se sirven lentejas, comienzo a acostumbrarme a que en Champions se sirva Benzemá. De la misma manera que podría adivinar el burdo arroz a la cubana de los viernes, comienzo a anticipar los estados de ánimo de Mourinho, tan vulgar y aburrido últimamente.
Que estamos haciendo una temporada excepcional en Champions eso nadie lo niega. Que la liga parece un poco más lamentable, creo que tampoco me lo podréis rebatir. Y sin embargo, algo le pasa a mi madridismo perezoso que comienza -como las parejas cuando se van a ir al traste- a buscar afecto y diversión por otros lados.
Quien lea hasta aquí podrá pensar que el fútbol, o mi noción de fútbol, se restringe al Real Madrid. Y no. No es así. Pero también es cierto que para el universo de futboleros, el balón de las conversaciones se reparte entre culés y merengues. Con los segundos nadie discrepa -son unos hijos de puta o unos cracks, dependiendo de la objetividad del interocutor-, pero con el Madrid, la cosa cambia. Hay que meterse de lleno, a brazo roto, en una erótica de la especulación y la táctica.
Y por alguna razón, cuando toca batirse, peco de flojera. Me doy disimuladamente la vuelta. Miro de reojo ese cuenco de lentejas frías en que se me convierten las biciletas de CR7.
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