miércoles, 27 de abril de 2011

¿Voltios o moledoras de carne? (No estamos eliminados, todavía)

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En el mundo de la música, el Unplugged, en español desenchufado, se conoce como pequeñas series de conciertos en los que los artistas comenzaron a interpretar su música en conciertos organizados por la cadena de televisión MTv. Su principal característica fue -y sigue siendo- el empleo de arreglos sin uso de instrumentos eléctricos. En los Unplugged, los grandes artistas brillaron y los mediocres se ennegrecieron como la más barata de la alhajas. Una versión descafeinada, raquítica, famélica y futbolística del invento musical más importante creado por la cadena norteamericana en los noventa, fue lo que vimos ayer del Real Madrid en el Santiago Bernabéu.

Aficionado como parece últimamente a convertir el firme y brillante metal en chatarra, este Real Madrid, apagó los amplificadores y en lugar de jugar en coro, se atrincheró una vez más en el guión de los partidos de Liga y Copa. Existe un fútbol defensivo, que cuando se juega correctamente puede llegar a ser de los mejores, cuando en el despeje hay recuperación y pegada, pero no cuando la maniobra se centra en desviar balones para sembrarse en el área sin estirar la jugada. Eso fue lo que hizo el Real Madrid. Creó, como en ocasiones pasadas, una gruesa cortadora de fiambre: Lass, Pepe y Xabi Alonso, completamente desenchufada del tridente Di María, Özil y Cristiano.

La poca iniciativa de juego, el demasiado tiempo con los pies ocupados en contener al Barcelona y una serie de errores acumulados -más el natural desgaste y tensión del partido- crearon lo que vimos: un Barcelona que, finalmente, logró esquivar la moledora de juego del centro del campo para imponerse en el primer gol de Messi. Un regate de delantero mínimo, veloz. Una carrerilla que Sergio Ramos se comió con patatas y que despeinó por completo la brillantina del Real Madrid tras la, admitámoslo, exagerada expulsión del Pepe -aunque en un jugador de su esquizofrénico calibre, que igual patea la espalda de un delantero como la emprende contra otro, uno pierda la perspectiva y ya no sabe qué es exagerado y qué no-.(Infografía extraída del diario Marca)

Atribuir la derrota del Real Madrid a la expulsión del defensa luso es apenas una de las muchas causas de fondo. El arbitraje, en general, fue intermitente, extraño. Tuvo sus irregulares ejemplos con el silencio de Stark ante una fuerte y escandalosa entrada de Keita a Arbeloa, que apenas y fue atendida por el colegiado. Pero citar esa falta implica hablar también del gancho de Adebayor, los piscinazos de Di María, los teatros de Busquets,o, ya fuera del campo, las macarradas de Pinto y Arbeloa. En el terreno de juego, El Barcelona cometió 61 faltas, contra las 45 del Real Madrid. ¿Por qué entonces los blancos terminaron con 10 y los blaugranas con once? Sin embargo hablar de los árbitros es una costumbre del que no supo defender sobre el césped lo que reclama sobre la lista de tarjetas. Cuando el juego es escaso desde un comienzo, los problemas precipitan al instante. Y desde hace tiempo, en el Real Madrid no hay suficiente fútbol para llegar cómodamente a los tres palos del contrario. Y he allí el problema. El centro del campo: si no puedes solucionarlo para tu provecho, conviértelo en un problema para el contrincante. Eso parece haber pensado el técnico madridista.

Durante el partido de ayer, la hinchada pedía más ataque. Más. Pero la falta de corriente entre las bandas -a pesar de Marcelo, el multitasking-, el centro del campo -muy ocupado en machacar al Barcelona- y los delanteros madridistas, no sólo impedía armar juego, sino también concretar ocasiones. El Madrid apenas tuvo un 26% de posesión del balón. Y esa es una verdad incontestable. Se puede gestionar un resultado, pero no se puede jugar permanentemente a la quiniela. Hay que jugar al fútbol. Y si el que escogió Mou fue el defensivo, que ayer fue aparatoso y ortopédico, debía al menos ser consecuente. Ya presionados, y en un juego plagado de individualidades, la entrada de Adebayor en lugar de Özil supuso un corrientazo ofensivo que podría haber funcionado, de no haber sido porque la salida de Pepe -la picadora del centro del campo en los últimos tres juegos- dejó el campo libre a Messi.

Hubo, hay que decirlo, un partido paralelo donde ni Mourihno ni Pep Guardiola estuvieron a la altura. Un partido falto de fútbol y de elegancia que se trasladó al campo, en una intermitencia de empujones, peleas, innecesarias exhibiciones de hombría, barrigonazos y macarrismo que además de enlentecer el tiempo de juego, agregaron una tensión innecesaria. Eso, sin contar que las declaraciones de nuestro técnico debieron ser hechas a título personal. Sus palabras no representan un vestuario ni a una afición. Él no tiene el permiso del madridismo para tirar la toalla, y lo que hizo anoche, además de una pataleta, fue una irresponsabilidad para con el sentimiento que él representa.

Me gustaría pensar que Wembley está más cerca del Camp Nou de lo que parece, pero un partido de vuelta en el que no podrán jugar Sergio Ramos, Adebayor, Arbeloa o Pepe, pone aún más cuesta arriba las cosas para el equipo merengue, que esta vez tendrá que pedir de quienes lo seguimos que ocupemos el lugar indispensable del jugador número 12 en la alineación sentimental. Creo que una sequía europea como la que atraviesa el Real Madrid exige algún corrientazo, una fe mínima en el fútbol que nos hace ir a Chamartín y no a al Manzanares. Creo que, aunque lo parezca, la borda no es justa. Bienvenidos sean los voltios, porque aunque Mourihno tenga su momento de rabieta y asco, no estamos eliminados. No todavía.

miércoles, 20 de abril de 2011

Chepe Derbi, o la vergüenza de la victoria

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No es fácil escribir estas líneas. Han transcurrido 18 años sin ganar una Copa del Rey. Se ha vencido, al fin, el plazo. Aunque celebrar un título con la salsa agridulce de la vergüenza, mejor dicho, festejar con la blanda borrachera del que se siente triturado por el fútbol que usó Mou el sábado 16 de abril, y hoy, contra el Barcelona, es duro. No sólo es duro … es demoledor.

Al momento de escribir esto, siento el efecto de unas cinco o seis Heineken. Y no me avergüenza admitirlo. Como tampoco me sonroja poner por escrito los rubores que brotan en mis mejillas al reconocer los muchos pases equivocados, la demasiada defensa, la poca vocación ofensiva de los merengues, la demasiada calma al momento del contraataque. ¿Se puede avanzar caminando cuando eres un mediocentro? Y yo me pregunto… ¿mereció ganar el Real Madrid la Copa del Rey?

¿Es este un espectáculo futbolístico previo a la Champion League que se avecina? Y me da por menear la cabeza … Estoy ahora en San José, la capital de Costa Rica que los ticos mientan afectivamente Chepe. En este sitio el fútbol es un contagio . Ya lo decía John Carling: el balompié es la religión mundial. En semejante iglesia, el Barcelona oficia su misa como la creencia mayoritaria, la mayor en este pueblo de orillas entre los océanos Pacífico y Caribe. Después de invertir 120 minutos en un bar de presencia mayoritariamente culé y masculina, escribo esta desilusionada crónica con la amargura de la victoria a cuestas.

Me gustaría ser entusiasta. Y sin embargo, no puedo. Cuando vi a Xabi Alonso colocado en la banda y a Pepe en el centro de una alineación cancerbera, me pregunté …¿jugaremos o defenderemos? En el segundo tiempo del partido contra el Barcelona, después de unos grasientos nachos con fríjoles, mi pregunta estaba más que respondida: un equipo reactivo, casi italiano, me di cuenta de que el Madrid actuaba en función de las acciones de los blaugranas. En Mestalla, las cosas ocurrían sin gracia. Ergo Mou invertía lo justo.

A miles de kilómetros, sentí desilusión de llevar mi camiseta estampada con el dorsal de Ramos. ¡Vaya negocio! Muy Bien, ¡Hemos ganado, pero el Barcelona había jugado más y mejor que el Real Madrid! No voy a entrar en el fuera de juego que anuló el gol del Barcelona, porque milimétricamente era correcto. Hablaré de las muchas ocasiones del Barcelona y de las muchas menos del Real Madrid. El gol de Cristiano fue producto de una ocasión aislada, de una excepción en las estadísticas del partido, hablaré más bien, del poco juego de equipo, de la economía grupal, del contraste. Hablaré de mi lógica satisfacción como hincha y de mi disgusto como amante del fútbol. Hablaré de mi confusión y de estos raros derbis chepes y de contradicción que corre por mi mente con su tufo a cebada y espasmo.

¿Así es el fútbol? No lo sé.
Me gustaría poder comprar el Marca mañana y leer a Santiago Segurola. Quizás así tendría más clara ciertas cosas. Quizás. Pero resulta que justo al amanecer me iré Al pie de un volcán y, como Alma Guillermo Prieto, escribiré –aunque mal- de otras cosas, sobre muchas otras cosas. Creo yo…

jueves, 14 de abril de 2011

La mala educación


Raúl González se despidió del Real Madrid un lunes del verano de 2010. Y lo hizo ante un Santiago Bernabéu prácticamente vacío. El 7 blanco, el Capitán, vestía americana oscura y vaqueros. Sobrio, como siempre, ante unos 300 aficionados que le despedían como se despide a los Dioses: con angustia y algo de súplica (uno nunca sabe cuándo volverá a ver otro). Florentino Pérez no preparó para Raúl González los agasajos que prodigó a Cristiano Ronaldo, a cuya presentación llevó a 80.000 personas a verle tocar el balón. Con Raúl, Florentino fue, si se quiere, más empresarial, a la hora de despachar su prejubilación. Treinta y tres años. Aquello ocurrió, insisto, un lunes. Unos días más tarde, el exagerado Cristiano Ronaldo -que no sabe medirse en nada- ya se había hecho con el dorsal de un histórico cuyo número, creo, no tenía permiso de tocar.

Sin embargo, Raúl vive un segunda y poderosa juventud. El 7 del Schalke 04 marcó anoche su gol número 70 de Champions, un nuevo récord, con el que supera a los históricos Pippo Inzaghi (AC Milan) y Ruud van Nistelrooy (Hamburgo SV), en la lista de los goleadores de la competición europea en la que ya lleva 141 encuentros. A los 33 no se está acabado, aunque Florentino Pérez,en su lógica de comida rápida, piense lo contrario. ¿La mejor prueba? Pues que en el próximo encuentro del Schalke 04 en Champions veremos un recital de experiencia: el encuentro de Raúl con el extremo del Manchester United, Ryan Giggs. Dos zurdos históricos. Uno, Raúl, tiene tres Copas de Europa y el otro, Giggs, dos.

Con 37 años, Giggs lleva 20 años con la camiseta del Manchester United. Ha compartido vestuario con gente tan distinta como Cantona, Beckham, Cristiano Ronaldo o Rooney. A él y a Scholes se atribuye la responsabilidad de mantener el espíritu de la vieja guardia de los diablos rojos en alto y puede jactarse de ser un jugador sobre el cual Sir Alex Ferguson ha depositado su plena confianza y apoyo. En el año 2009, cuando la mayoría le daba por acabado, Giggs ganó el premio de Mejor Jugador del Año en la Premier, y hace poco menos de dos días mandó a casa a Ancelotti y a sus blues con un pase de gol para Chiharito. Ha jugado 134 partidos de Champions y 609 en la Premier.

Todos nos asombramos ante el juego del Barcelona. Es un hecho que no vamos a discutir ahora. Suponemos, claro, una cierta sazón. Una suculencia que viene dada por la tradición que inició hace unas décadas Cruyff, que recogió a su manera Pep Guardiola y que se respira, constantemente, en el orden de su poderoso juego. El fútbol es estratégico, pero también encierra una cierta educación... sentimental, ideológica. Una deseable coherencia. Descabezar un equipo para vender camisetas es una opción empresarial, sin duda. Ahora, que sea una opción futbolística a largo plazo... El Madrid está, constantemente, retocándose las arrugas, reinventándose sobre la marcha. Enamorándose de escobas nuevas que siempre barren mejor o de Santos que ofician milagros mirando hacia Inglaterra. En fin, sufre de esa mala educación sentimental crónica que nos hace mirar para atrás, siempre. Una y otra vez.

miércoles, 13 de abril de 2011

Craven y su equipo de juguetes

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Hay un mundo más allá de los derbi. Lo digo con absoluta conveniencia... y recelo, claro está. Sellados como están los próximos encuentros del Barcelona y el Real Madrid en la Champions League, queda un dedo libre para cantar o lamentar la Décima. El gintónico Bryce Echenique no pudo decirlo mejor: No me esperen en abril. Con cuatro clásicos por delante, me ha dado por vivir el fútbol a puertas cerradas. No hay especulaciones ni quinielas que valgan. Incluso hasta podría afirmar que no me apetece hablar sobre el tema, excepto con mi ejemplar del Marca, que al menos se reserva la cortesía de no plantarme manita mientras me bebo el café torrefacto del bar de abajo.

Producto de la ansiedad y de mi cada vez más grave afición por la Premier League -lamentable la caída del Chelsea ante el Manchester-, llegué a este blog. Escogido entre los 100 mejores Blogs de Football por el diario británico The Guardian, Matthew Craven: Drawings and Illustrations es, hasta ahora, el sitio Web sobre fútbol más auténtico que he visitado.

No hay alineaciones. Las únicas líneas que encontraremos delimitan planos de color. Tampoco hay análisis ni estadísticas, mucho menos perfiles o trayectorias de jugadores o técnicos. Creo que no hacen falta. En este blog encontraremos dibujos. Sí. Dibujos. Delanteros, defensas o mediocentros abreviados en el gesto de un dibujante ingenioso, capaz de convertir a Platini en el entrañable retrato de un hombrecito rechoncho y paticorto.

Hay muy poco sobre Craven en la Web. Y si se escribe inexactamente su nombre es probable que nos topemos con un catedrático en Leyes, o con un artista plástico neoyorquino. Sin embargo, más allá de las entradas biográficas que sobre Matthew Craven puedan hallarse, lo que sí es cierto es que su dibujo es suficiente para sostener las demasiadas consonantes de su nombre.

En su blog proliferan jocosas y aniñadas versiones de Messi -parodiado y recreado en su permanente y genial infancia-, pero también versiones más inofensivas de un Maradona al que vemos como jugador -con la equipación del Boca- o ya como técnico de la selección albiceleste. Resulta curioso, además, que Craven dedique su atención como dibujante no sólo al jugador como personaje, sino también a los entrenadores, en su mayoría de la Premier League: Arsene Wenger, del Arsenal; Fabio Capello, el actual seleccionador inglés; Harry Redknapp, el téctinco del Tottenham....

Hace unas décadas, cuando la televisión y el mundo de la imagen no ocupaban el trono que hoy presiden, los dibujantes formaron parte esencial en la creación de una iconografía y un imaginario futbolístico... Raymond Reding y Françoise Hugues con las aventuras de Eric Castel, o el mismísimo Roberto Fontanarrosa, cuyo nombre es una referencia no sólo en el dibujo sino también en una literatura sobre fútbol.

Craven no asume una estética especialmente seria, mucho menos épica o futbolera como pudieron hacerlo los dibujantes de hace 30 o 40 años. Su mirada es divertida, ligera. Por ejemplo, las panorámicas de un campo son las mismas que podríamos tener de un futbolín y, sin embargo, es capaz de ofrecernos, de pronto, la imagen de un partido en medio de una nevada, como si un equipo de juguetes disputara un encuentro dentro de una bola de agua con virutas. Porque todo en sus figuras parece remitirse a lo que realmente retrata: un juego. Uno único e irrepetible.

lunes, 4 de abril de 2011

Un mediocampista en Yoknapatawpha (y del Madrid, mejor no hablar)

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Hasta hace cuatro días desconocía por completo esta historia. Después, rebuscando, descubrí que estaba escrita y documentada por su protagonista no sólo en uno, sino en varios textos. Pero en ese momento la anécdota me cogió, nunca mejor dicho, por banda. En plena Sala Cervantes de la Casa de América, angelitos de yeso y risotada maligna de Rodrigo Fresán incluidos, el asunto me pareció, en principio, hilarante. Pasados unos días, el episodio se me quedó en las manos como un teléfono sin tono.

Edmundo Paz Soldán respondía mansa y educadamente a las preguntas que el escritor argentino Rodrigo Fresán no hacía sobre Norte, la última novela del escritor boliviano. Daba vueltas Fresán, hacía geniales piruetas de humor, no necesariamente para llegar a algún lugar, sino para hacer el recorrido. En esas estaba el argentino cuando interpeló a Paz Soldán sobre la beca de fútbol que lo llevó a la Alabama de Faulkner. No sabía si reírme o no. ¿Una beca para jugar fútbol en el único país excluido de la gracia de este deporte? Pero la cosa no terminaba ahí. Lo peor estaba por llegar. A mayores ingredientes, mejores y más gordas interrogantes.

En aquel año, 1988, Edmundo Paz Soldán cursaba la carrera Estudios Internacionales en Buenos Aires y era hincha del Boca, a causa, dice él, de un boliviano, Milton Melgar, que jugaba en ese entonces de centro campista –y que después fichó y sobrevivió, no se sabe cómo, por el River-. El aún no novelista tenía 21 años, mucho tiempo libre para descubrir su vocación literaria y un amigo en una universidad de Alabama cuyo equipo de fútbol -el entrenador era ruso, para más señas- que ofrecía becas a estudiantes extranjeros para pagarles los estudios a cambio de jugar por la Universidad. Paz Soldán no hablaba inglés. No conocía los Estados Unidos y, dice él, que tampoco jugaba lo suficientemente bien al fútbol. Pero se fue. Al menos eso contó a Fresán con una risa reprimida de hipo tímido y mofletes sonrojados.

Rasguñando en Internet, encontré, sin embargo, una narración bastante más decorosa del quehacer futbolístico de Paz Soldán, quien, en efecto, jugó durante tres años en la Universidad de Alabama, donde terminó su carrera en Ciencias Políticas a la vez que leía a Orwell y se iba, a hurtadillas, a conocer la casa de William Faulkner:


Así fue que llegué a los Estados Unidos. Jugaba de mediocampista ofensivo. Como casi todos los chicos de mi generación, a los doce soñé con dedicarme al fútbol profesional. Luego me di cuenta –me hicieron dar cuenta-- que mi nivel no daba para la primera división; sin embargo, era suficiente para destacar a nivel colegial y universitario. Llegué a Huntsville, Alabama, como una estrella, pero no duré mucho así: mi juego parsimonioso, gambeteador, no funcionaba en medio del estilo norteamericano, que privilegiaba el juego agresivamente físico al estilo de los europeos (pero sin su elegancia). Tuve un primer semestre deprimente, de partidos en estadios con tribunas vacías, de juegos donde lo que más se aplaudía eran las jugadas defensivas y espectaculares –digamos, cuando el líbero del equipo contrario barría sin contemplaciones a uno de nuestros atacantes. Muchas veces pensé en volverme a Buenos Aires, sobre todo cuando sentía que esa gran diversión que era para mí el fútbol se había tornado en un trabajo (las mañanas que debí levantarme a las seis de la mañana, las sesiones interminables de entrenamiento bajo el sol agotador del fin del verano sureño). No lo hice porque, bueno, debía asumirlo: el fútbol era un trabajo para mí esos años. Me pagaba los estudios.

Si Pablo Neruda, Miguel Delibes, Mario Benedetti, Roberto Arlt, Horacio Quiroga, Julio Ramón Rybeyro, Augusto Roa Bastos, Osvaldo Soriano, Eduardo Galeano, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Villoro, Enrique Vila-Matas, Rodrigo Fresán, Javier Marías, Luis García Montero… han escrito páginas magníficas de la literatura hispanomericana dedicadas al fútbol, también es cierto, y lo hace notar Rodrigo Fresán a Paz Soldán en esta distendida charla sobre un libro del que todavía no se ha hablado, es que no ha sido escrita, todavía, una novela canónica sobre el fútbol.

No sé si la historia de Paz Soldán sea o no el esqueleto de un libro futbolero, o si existe tal cosa como una novela canónica sobre el fútbol. Tampoco sé si Paz Soldán acaricia la idea de llevar a cabo una empresa como ésa. Repaso, sin embargo, la enorme ausencia que ilumina Fresán con sus insoportables y pesadas gafas. No hay, en efecto, una novela que recoja en sus páginas, las pasiones y despechos que los estadios aprisionan entre sus gradas. Hay crónicas, reportajes, poemas, textos breves, ensayos, pero no una novela cuyo centro sea, enteramente, el fútbol. Creo, sinceramente, que es un deporte que, por alguna rara y catártica razón, se resiste a su propia representación. Combustiona a una velocidad distinta a la del resto del mundo. ¿Sería posible, entonces, asignarle una condición literaria a un universo completamente autónomo?

Novela canónica a un lado, no dejo de darle vueltas al Paz Soldán de veintitantos, aún verde y sin Río Fugitivo, La materia del deseo, ni Palacio Quemado, viajando del Sur de América Latina al Sur de Estados Unidos para jugar al fútbol en el único país del mundo donde, probablemente, este deporte sea una rareza, una extravagancia parecida a la de un boliviano que entrena, guiado por un ruso, en un campo de fúbol repartido a ambos lados de una frontera entre Mississippi y Yoknapatawpha.