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Desconfío de las certezas. Prefiero el desafuero. No conozco mejor forma de hacer que incendiar. Eso sí, que la llama no convierta el torrente en disturbio, ni enfríe el hierro de la sangre en boba pirotecnia. El primer gol del torneo de la Supercopa lo vi mientras hablaba con un anciano asturiano en un bar de Getino, en León. El hombre celebraba las bondades de Villa mientras yo insistía en la forma en que el Güaje se había empequeñecido desde su llegada al Camp Nou. Justo en ese momento, rodaja de lomo en mano, el delantero sentenció con un tanto de esquina a portería. Tuve que callar -y decidí callar-. No opinar ni escribir nada, hasta hoy. El último gol del torneo, en cambio, un remate magistral de Messi, lo vi anoche, en Madrid, en un bar -mi bar de fútbol, El Bú- en La Latina. Entonces volví a callar. En ambas ocasiones, el corazón me latió de rabia, belleza y furia. Una combinación perfecta de enamoramiento y despecho.
Un Real Madrid mejor plantado -demasiado mejor plantado, tanto que se fue de boca, diría yo- saltó en desventaja al césped del Camp Nou. La estrategia inicial, con más estilo que en otras ocasiones, fue asfixiar al Barcelona. En los primeros minutos del primer tiempo -sólo los primeros minutos, después se le irían las piernas y la melenaza-, un Sergio Ramos más lúcido no dio tregua a David Villa ni a un Leo Messi, que permanecía hostigado también por los centrales. En el minuto 12 de juego, el Capitán Iker Casillas extendió la pierna para despejar un magnífico centro de Pedro, que aprovechó un fuera de juego de la pulga para colocar el balón. El gol vino a los tres minutos, luego de un guiño de Messi a Iniesta. El argentino y el manchego, otra vez, motores permanentes de este Barcelona -¿por qué no comparten el balón de oro?-.
Durante todo el primer tiempo, el Madrid jugó su carta del contraataque. Para recuperar en el marcador, CR7 se hizo con la pelota tras un saque de esquina y marcó, en el minuto 20. Un Özil despierto, que comenzaría a apagarse sucesivamente, intentó rebañar la pelota en dos intentos que exigieron de Valdés más velocidad. Mientras tanto, para Xavi o Busquet parecía imposible apenas acercarse a la pelota. La presión de Mou se hizo clarísima en un primer tiempo antológico que cerró con un gol de Messi en el minuto 45. ¿Alguno de vosotros pudo ver acaso el reloj? ¿Tiempo? ¿Qué fue de esa palabra durante ese brevísimo instante de euforia y carreras que duró el aquel instante?
Con Coentrão como titular ayer en el campo, Mourihno decidió emplear a fondo los matices de su fichaje más costoso. Cambió a Khedira, subió a Marcelo y movió a Di María para así retrasar a Coentrao.¿Acertado? .. Y aunque Pepe se aplicó en una defensa embrutecida y excesivamente tensa, Iniesta encontró más aire. El juego del Madrid ganó en tensión y perdió precisión. Ramos, ya demasiado a lo suyo -ese desboque típico del cuatro- intentó en el minuto 70 un cabezazo que de haber ocurrido le habría ganado los laureles que fue perdiendo en sus carreras locas. Fue entonces cuando Mourihno hizo saltar al terreno de juego a Higüaín y a Kaká. En ese momento, en el bar se escuchó el eterno murmullo de reproche hacia el Pipita. Mientras escucho ese soniso, pienso que el público prefiere a los chulos en lugar de aquellos que trabajan y se reponen, silenciosos, a sí mismos.
En el minuto 88, el juego es esa olla de manotazos. Y el empate de Benzemá precede el salto de Cesc, el retornado, y la irrupción de Keita. Pedro y Villa se marchan, Guardiola cede el ataque entero a Messi. Llegué a pensar que Guardiola cometía un error. Las baterías de Xavi parecían bajo mínimos -la presión había sido altísima- y llegué a pensar que Messi no podría solo. Pero, claro, ahí estaba el acertijo Fábregas. El cuatro recién llegado del Arsenal trazó una pared con Adriano. Fue gracias a ese muro como Messi armó un centro desde la derecha y cerró una Supercopa antológica: rápida, feroz, potente, incendiaria... y no por los golpes de la banda, ni por la vergonzosa y despechada falta de Marcelo que devino en el triste espectáculo de la banda (aunque eso pase por mencionar el lamentable incidente protagonizado por el técnico de mi equipo, José Mourinho, quien metió el dedo en el ojo a Tito Vilanova). La Supercopa fue antológica por veloz, por rara, por sobresaltada.
No me gustan las certezas. Prefiero el fútbol y el desafuero. Los incendios a las quemas. Prefiero la llama al distrubio. Las ideas a los puñetazos. Las jugadas a las escaramuzas. Empieza la temporada, otra vez con este eufórico despecho. Serán, acaso, los hombres que vuelven... No lo sé.
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