lunes, 23 de agosto de 2010

Esplendor en la hierba


Todo lo que ocurre en estos días sobre el césped lo hace al doble de su tamaño. Síndrome de la pretemporada. En ella todo parece urgente. Despilfarra quiromancias, no escatima en empalagos, adivinaciones ni tampoco en la asignación de localidades para el Olimpo –¡me lo quitan de las manos o quítenmelo de encima!-.
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Sin embargo, en la lista de euforias que aliñan los torneos antes del cierre del mercado de fichajes, el affaire Inter-Rafa Benítez merece puntada aparte. El campeón de Europa dirigido por el derrotado de la Premier. Una combinación jugosa en tiempos no del todo galácticos.
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En este partido todo importa. En especial los ingredientes y el orden que cada uno tiene en la preparación de una receta donde los fogones aún no están del todo calientes. Uno. Esta es la primera victoria de Benítez después de dejar al Liverpool que prescindió de sus servicios tras quedar de séptimo en la Premier y fuera de la Champions. Y he aquí un viceversa sui generis. Mejor dicho: un número dos sin aludido. Esta es la primera victoria del Inter después de la partida de Mourihno.
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El Inter, equipo pensador por antonomasia, promete racha a sus fieles seguidores. Y eso ocurre en un país como Italia. Un lugar en el que lo nacional es una receta imposible. Es justamente el Inter, icono de la paciente y civilizada clase media, el que no sólo gana la Supercopa tras una sequía de dos años, sino que además los hace contra los rojigualdos de la Roma –la historia de Italia es una historia entre ciudades- y logra igualarse en número –cinco- al Milan, su opuesto deportivo y político, esa extraña combinación de “aristocracia y proletariado”, como la define Enric González, unificada en Berlusconi como adefesio y peripecia.
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Un Etoo que con Mourihno parecía discreto, casi transparente, irrumpió en el juego para hacerse notar. Quiromancias y despilfarros a un lado, el Camerunés sentenció dos veces asegurando el trofeo a su equipo y a un Rafa Benítez que si bien no puede jactarse de semejantes victorias, tampoco puede darse el lujo de resbalar con una cáscara de banana. La gráfica de la celebración es, a su manera, nostálgica. O no sé si en el fútbol las cosas ocurren así, para que brillen, una y otra vez, con más intensidad, a medida que volvemos la mirada sobre ellas.
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“Pues aunque el resplandor que en otro tiempo fue tan brillante/ hoy esté por siempre oculto a mis miradas, aunque nada pueda hacer volver la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no debemos afligirnos, pues encontraremos fuerza en el recuerdo, en aquella primera simpatía que habiendo sido una vez, habrá de ser por siempre”. Vuelvo a mirar la instantánea. Me sonrío, por Benítez y por Etoo. Siento un viento fresco, por el Barcelona que prescindió tan pronto de Etoo a cambio del díscolo sueco que ahora no encuentra sitio ni quién le quiera; luego me viene otra bocanada más amarga, desde Anfield.

En el fondo, yo también despilfarro empalagos y practico la urgencia de la pretemporada. Porque aunque “nada pueda hacer volver la hora del esplendor en la hierba”, en el césped del campo siempre hay lugar para el brillo de algunas revanchas sentimentales.

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