miércoles, 25 de agosto de 2010

Mirá, Peñarol


Para Sofía, Mariana y la Diosa, Tita Blaster

Año 1960. J.F Kennedy había resultado electo como presidente de los EEUU. Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir viajaban a Cuba para conocer la Revolución de Fidel Castro. Timothy Leary inauguraba la era de la psicodelia al pregonar los beneficios terapéuticos del uso del ácido lisérgico y en España el franquismo cobraba plena forma tras la promulgación, en 1958, de la Ley de Principios Fundamentales del Movimiento Nacional.
XX
El mundo era un balón descubierto por Pelé en Suecia, en 1958, exactamente cuatro años después de que Alemania ganara la Copa de 1954 y Europa volviese su mirada sobre los teutones, aún perfumados por Nuremberg. El fútbol, otra alquimia política, proponía formas más civilizadas de odiarse.
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Año 1960, mejor dicho, un 4 de septiembre de 1960, el Real Madrid se hizo ganador de su primera Copa Intercontinental ante el equipo uruguayo Club Atlético Peñarol tras ganar en el estadio Santiago Bernabéu el partido de vuelta.
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El resultado en ese entonces fue 5-1, con goles de Ferenc Puskas -en dos ocasiones, en el minuto 4 y el minuto 9-, Alfredo Di Stéfano, Jesús Herrera y Paco Gento. En el partido de ida, una semana antes, el Real Madrid no mostró mayores destrezas frente a los mirasoles. En un viaje en avión de hélice, a los merengues le costó 36 horas llegar a Montevideo, donde empató a cero.




Cincuenta años después, los dos equipos volvieron a encontrarse sobre el césped del estadio de Chamartín. Y lo hicieron el 24 de agosto de 2010, durante el Trofeo Santiago Bernabéu, el cual fue celebrado como homenaje a la primera Copa Intercontinental conquistada por los blancos en 1960.
XX
Además de esa sensación de que Mourihno entrena en el Bernabéu y el síndrome del juego veloz de los blancos -a toda pastilla, el picotazo enloquecido de un Madrid excesivamente carburado, lleno de nuevos fichajes- el transcurso de los 50 años dio qué pensar.
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A diferencia de 1960, esta vez tanto los merengues como los carboneros viven en sociedades ¿políticamente escarmentadas? -las multitudes y las gradas guardan una conciencia tumultuosa al respecto- y ambos habitan un reino donde el futbolista ha dejado de ser bocatto proletario para afinarse como potente máquina cultural.
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Aún así, en el campo y desde la grada, veo formas distintas de jugar. Veo a un Madrid mecánico, acelerado, como una máquina cortadora de césped que alguien no ha ajustado. Mientras que en el Peñarol veo un fútbol aún artesano, un trote feliz -lo imaginé más veloz, más limpio- aún empalagado con el azúcar potrero de un equipo que tiende a cerrarse pero que contraataca. Me gusta el humor de esta oncena. Me simpatizan sus morisquetas chanceras para la cara de anuncio que trae hoy el Madrid.



El Peñarol es un equipo emblemático. En él se depositan afectos y títulos. En el año 2009, la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol (IFFHS)lo declaró como el mejor Club del siglo XX e incluso, hay quien reconoce y le atribuye a su juego el amor por el fútbol, como es el caso del escritor Juan Carlos Onetti, hincha, al igual que Eduardo Galeano, de los carboneros.
XX
A ese Peñarol afectivo era al que yo esperaba ver anoche. Pero las cosas comenzaron a complicarse. En los primeros diez minutos de partido, el linier pitó la anulación gol de Gonzalo Higüaín, tan apurado por demostrar y poner en juego el balón, que no vio el fuera de juego. Entonces el Peñarol comenzó a deslucir, a hacer demasiadas barridas de pierna y a levantar chuletones de césped sin motivos.
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El Madrid acumuló córners sin sentido, Ozil parecía desubicado y el balón parado prometía bostezo. Mis esperanzas de quilombo fueron pocas hasta que el aurinegro Sosa sacó de sus casillas a Cristiano Ronaldo. No logré ver bien desde la grada, pero noté, que CR7 le propinó su buen codazo al uruguayo. No sé qué pasó. Hubo exceso en ese intercambio, así que atribuí la malcriadez a la rabia del luso por no haber marcado aún. Pero las nuevas torpezas de Sergio Canales, quien hizo una burrada a lo Bojan, me malhumoró y me hizo olvidar del asunto.
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A la mañana siguiente, leo el Marca en el bar de abajo y me entero de todo. Muerdo una barrita con tomate y me deleito con el deportivo. Repaso el encuentro y justo cuando voy por la tercera página de la crónica estallo en risas. ¿El motivo del codazo? Sosa amenazó a Cristiano Ronaldo con despeinarle. ¡Zidane cabecea a Materazzi por la honra de su hermana o lo que sea, y Cr7 lo hace por el de su peinado!

El partido -que, insisto, para Mourihno era un entrenamiento, así que la grada a tirar para otra parte- cambió con la entrada del nuevo fichaje del Madrid, el argentino Di María, que marcó en el minuto 67. Lo que hasta entonces parecía un ejercicio meramente estético, cobró propósito. El marcador finalizó 2-0 gracias al tiro de penalti cobrado por Rafa Van der Vaart, en el que muchos sospechamos sería su último gol merengue.

Los del Peñarol no tendrán juego rápido, puede que anoche no me apartaran de la vigilancia perpetua que mantuve sobre Ozil, Canales y Sergio Ramos en su rol de central pero esta mañana he estallado en risas cuando me he enterado del porqué del codazo. Cincuenta años, ¡Y el codazo es por el peinado! Cincuenta años para que el fútbol nos traiga, a veces, estas cosas.

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