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"But you must promise not to tell a soul. You will make a bargain with
me, Dr. Kemp. Do not forget for an instant that though you cannot see
me, I can see you all the time. One false move--one sign of giving
warning to anyone--and you are as good as dead".
H.G Wells. The invisible man.
Hay un tipo de juego, un no sé qué de cierto tipo de delantero que ataca sin corazón, coraje ni puntería; un ayayai de medio campistas con pases incorrectos; una indigestiónde laterales que defienden sin ganas y se olvidan de que las bandas están hechas
para treparlas, cuando no, al menos, para recorrerlas un poco. Hay -insisto- un tipo de juego, un uhm… un
no sé qué, que de tanto no saberlo, termina por hacerse invisible o morir de
infarto.
Se puede ganar un partido jugando a un fútbol invisible
-diría yo tacaño o lobotómico-. Se puede, incluso, tener una alineación
perfecta, trivotes de muerte y hasta un mediapunta resurrecto, y seguir jugando
así. Se puede tener eso y más y todavía seguir jugando a un fútbol cenizo, de
mala baba y refunfuñón, que sólo espuelea cuando se ve apretado por el bochorno
o la estupidez de su propio siestorro.
Me permito. Real Madrid-Málaga. Tiempo de descuento. Gol de
falta directa. Cazorla, ex del Villarreal, coló el balón por la escuadra. Empate a uno en el segundo minuto de la prórroga. Otro más, mejor dicho, una fotocopia del anterior. Villarreal-Real Madrid. El Real Madrid
llevaba ventaja en El madrigal gracias a un gol de autopista conseguido gracias a Özil y Cristiano Ronaldo, pero mal. Algo se descuadra. Y en el minuto
83. Una falta directa cobrada por Marcos Senna empata el partido, que se vuelve, además, una orgía de tarjetas.
Expulsado Özil, expulsado Sergio Ramos, expulsado Mourinho. Fin de la cita.
El fútbol invisible no es ni bueno ni malo. No hace
historia, ni entre los mejores ni los peores, y sin embargo, repta por ahí como
una ventosa insistente. Es, en efecto, residual, una especie de masa para
croquetas de la primera división, que no de la primera devoción. Es un fútbol
injusto y desquiciante para los que, desde la grada imaginaria de casa,
observan los 90 minutos de la tribu despilfarrados en la rifa de balones.
En casa, una victoria contra la Real Sociedad, para que la
liga duerma tranquila y no se haga un lío. Pero el asunto no es numérico. No se trata del ábaco de los
goles ni del suma-resta de la clasificación. Es ese fútbol invisible, que de
tan opaco, produce estrabismo, que de tan raro, hace argamasa entre césped,
bota y balón.
Se puede ganar un partido jugando un fútbol invisible e incluso
alzar una copa, invisible, con un equipo de jugadores también invisibles. Sería
feliz incluso si la invisibilidad nos premiara por nuestra propia y reprochable
transparencia, pero aún así sería igual, igual de tacaño, igual de lobotómico. Ayayayai.
Gran blog , ya me he hecho seguidor, haz6te del mio si quieres y aestamos en contacto.
ResponderEliminarUn saludo desde fiebredepromesas.blogspot.com
Claro que sí, he comenzado a seguirte. Muchas gracias.
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