jueves, 2 de diciembre de 2010

La enfermedad del fútbol

El minuto de silencio por el clásico lleva más de 72 horas. Desayuno en el bar rápidamente, con sucinta y cobarde ira. Evito los ácidos chistes del camarero del aleti. Evito las portadas del Marca y qué decir del Sport -del lunes para acá lo consulto mucho menos-.

Sí, el minuto de silencio por el clásico lleva más de 72 horas... . y lo reconozco justo el día en que se cumplen 15 años del debut de Guti con el Real Madrid. No sé qué es peor, si su despedida o este homenaje. ¡Ay, maestro Gutiérrez!

Desde hace días evado Punto y Pelota, al siempre elegante Paco García Caridad en Directo Marca y me escondo de El Larguero. Ni me asomo a las firmas de Orfeo Suárez, Santi Segurola y mucho menos a los temperamentales Besa o Carlin.

Me doy la vuelta en la sección deportiva de los informativos y apuro con mi madre y mi hermano las charlas sobre la suerte del Pipa, a quien no le han regalado nada nunca y ahora perece que van a quitárselo todo. No es desdén lo que me ocurre, es algo mucho peor.

Sobrevuelo con ansiedad el vídeo de Youtube en el que dos de mis grandes defensas favoritos chocan en la desaforada agresión de uno para con el otro. Ramos abofeteando a Puyol -sin contar la entrada del sevillano a Messi, et alli-.Burbujeo, como Ramos, entre la ira y la incomprensión. Me duele esa imagen como si tuviera que ver en algo conmigo, ¿tiene que ver? Pues sí. Son mis dos fichas de la selección.

Me ocurre ahora lo que en los museos y las librerías. No me controlo. Una espuma invisible de rabia que suele brotar ante el artista farsante o el escritor listillo es lo que llevo puesto desde el día del clásico. Esta vez, a diferencia de ésas, me callo. Y lo hago porque la sintomatología está muy avanzada. Porque si existe la enfermedad del fútbol, yo la contraje.

Y no es nueva. Ya Nick Hornby la tipificó en Fiebre en las gradas, pero yo la llevo, y muy mal. Lo hago con ansiedad y nerviosismo. Y desde ese día, cada partido me genera una cierta psicopatía . Me pasó con el aleti el miércoles y, ayer, mirando con el rabillo del ojo al Villareal también.

Si quedo con alguien para conversar, no puede ser a la hora del fútbol. No me concentro. Sea de lo que estén hablándome. Y aunque creo que no se ha desbordado -aún disimulo-, debería hacérmelo ver.

Insisto, el minuto de silencio ya pasa de 72 horas. Y de pronto me descubro estudiando alineaciones. Mirando de nuevo los tantos de Villa en el Camp Nou mientras me repito a mí misma: Lo sabía, lo sabía. En cuanto este chaval sintonizara y se bajara de la parra, todo empeoraría. Y revuelvo la sacarina del café como si preparara el conjuro de una quiniela oculta y esotérica.