sábado, 7 de enero de 2012

Futbolistas que escriben, y no precisamente en twitter



En sus Historias del Calcio, Enric González recoge una anécdota sobre el capitán de la Roma: “Incendio en la biblioteca de Totti, destruidos los dos libros. Totti está desesperado. ¡Aún no había terminado de colorear el segundo”. Tiene más miga el asunto cuando uno se entera de que el chiste está contado por el mismo Francesco Totti en un libro llamado Cien chistes sobre Totti contados por él mismo cuya recaudación en ventas fue donada a Unicef.

La idea del futbolista como un ser desposeído de luces, al igual que el estigma de la rubia sin cerebro, me ha parecido siempre tan arbitraria como injusta. Aunque haya reglas que confirmen el prejuicio. Da igual. El punto sin embargo no es ése, aunque la anécdota de Enric González bien vale la pena para entrar en la zona mixta de la literatura y el fútbol.

Antes, hemos visto escritores futbolistas, y muchos: Nabokov, Albert Camus en su hipotético penalti a Kubala, Günter Grass… Pero ahora toca la ecuación inversa. Se trata de jugadores que no se contentan con la mímica de sus botas, sino que además… escriben.

El pasado día de reyes, el 6 de enero, me llevé una sorpresa, y de las buenas. Ya había escuchado yo del centrocampista merengue algunas cosas pero no fue hasta ese día que me di cuenta, por mis propios medios, que tenía ante mí ante un bibliófilo de mucho cuidado.

Estaba trasteando en twitter cuando de pronto veo en la cuenta de Esteban Granero, insisto, el centrocampista del Madrid, un tweet que dice: "Gracias majestades", y seguido el link de una foto. Me picó la curiosidad y presioné. Se abrió inmediatamente la imagen de una Underwood. No pude distinguir bien el modelo, y aunque soy más de las Olivetti de Cortázar, me conmovió que “el pirata” atesorara tal cariño por la máquina de usaba Mark Twain.

Me quedé inquieta con el hallazgo y seguí mirando qué más tenía en su twitter. Encontré recomendaciones de cuentos de Horacio Quiroga, también de Jorge Luis Borges. Una fotografía de 1Q84 de Murakami autografiada por el propio autor a su nombre. Imágenes de varios poemarios de Haikus, todo esto, claro, a la vez que se sucedían instantáneas de partidos y entrenamientos con el Real Madrid.

Seguí hurgando un poco más y encontré a Rafael Reig entre sus contactos, lo cual podría confirmar el rumor de que Granero asiste a un taller de escritura creativa en Hotel Kafka. Entonces pienso que el centrocampista es valiente, se requiere más valor para estar entre las fieras de los contertulios que critican un cuento que para sortear la defensa del Sevilla.

Pero el joven Granero –a quien desde el pasado viernes llevo entre ceja y ceja para una entrevista- no es el único que se dedica a escribir –todavía no sabemos si bien o mal, hay que conseguir algo suyo-, un futbolista ya retirado, actual director deportivo del Barcelona Fútbol Club –con el que ganó el trofeo Zamora en 1987-: Andoni Zubizarreta, también escribe y muy bien además. No sólo sus columnas en el diario El País, también escribió un relato, en euskera, llamado Pikolo.

El protagonista de la historia es Manuel, un niño de siete años que llega en compañía de su padre, guardia civil, al cuartel de Larrañeta, un espacio literario ficticio. En la escuela se topa con un compañero que empieza a llamarle "picoleto" y le exige un euro para dejarle cruzar el puente que separa el cuartel del pueblo. En esta especie de Comala vasco ocurre, en medio de la historia, un atentado.

Amigo, colega y ex compañero de equipo de Zubizarreta, Jorge Valdano también escribe. Él es, puede decirse, uno de los personajes a quienes más pueda deberse la limadura de asperezas o al menos quien más ha hecho por saltar distancias entre los desconfiados escritores y editores, que desde hacía décadas, veían el fútbol con desconfiza. Es cierto que ya desde Roberto Arlt o Fontanarrosa -amén de Galeano- se venía escribiendo sobre fútbol, pero nunca un jugador se había afanado tanto en tender un puente desde el césped hasta las capillas literarias y sus santos de escayola. Conocidos son, entro otros, El miedo escénico y otras hierbas y Los cuadernos de Valdano.

Del Guaraní Carlos Lobo Diarte he querido conseguir aunque fuera uno de los más de 200 poemas en verso y prosa que, dicen, registró. Fallecido el año pasado víctima de un cáncer, el nueve paraguayo era un devoto lector de Neruda y la generación del 27, o al menos eso dicen quienes eran cercanos a Lobo.

Que existan momentos literarios en el campo ya es, de por sí, un acto estético. Pero que quienes los ejecutan puedan desarrollar la capacidad de contarlos, de verterlos hebra por hebra del césped en una página blanca resolvería el acertijo de la novela de fútbol aún no escrita. No lo sé. Todavía lo ignoro. Supongo que ellos también.