jueves, 25 de noviembre de 2010

¡Que Dios te bendiga, macarra!


"El deportista sabe lo que le hace feliz y lo que le vuelve loco, y también sabe cómo reaccionar en cada caso. A su manera, es un auténtico adulto. Y precisamente por eso, le sería casi imposible ser amigo tuyo"
Richard Ford. Periodista Deportivo (1986)

Ese sábado Sergio Ramos marcó contra el Athletic de Bilbao. Lo hizo de penalti, vistiendo su número 4. Esa herencia que empuja como una bestia en el algodón de su camiseta. Ese día, en la jornada número doce de la liga, Ramos anotó el tercer gol del partido contra los bilbaínos; también su primer tanto de la temporada.



En la historia del Club, ningún defensa merengue había marcado de penalti desde los tiempos de Fernando Hierro, esa larga sombra a la que Ramos entró a sustituir en el año 2005 y que aún sigue dándole vueltas en su no muy definida posición de central. Sin embargo, en aquel entonces, Sergio Ramos tenía apenas 19 años y destacó, entre otras cosas, por ser el único fichaje español de la galáctica era florentina.

Venía del Sevilla para reemplazar a un jugador al que ni podía, ni puede aún, parecércele. A diferencia de Hierro, que más que un futbolista parece un metal, una aleación que precipita al calentarse, Ramos, en cambio, está hecho de otro material. Algo a mitad de camino entre la piedra y la nada. Ramos o cae de sopetón, o sobrevuela como un rapaz. Lo suyo es ponerse el mundo por montera o tatuaje.

En la temporada 2009-2010, el sevillano jugó 33 partidos, todos como titular.Siendo uno de los defensas más agresivos en su tipo, el jugador de Camas es capaz -incluso en su propio perjuicio- de subir como un potro la banda y lograr el milagro de no dejar huecos al bajar a cubrir un contraataque.

La temporada pasada, sólo en la liga española, Ramos marcó 4 goles, 3 de ellos peinando la pelota, un gesto que se ha convertido prácticamente en su sello. A eso se suman 33 remates, también 19 de cabeza y 312 balones recuperados. Eso, sin contar que a sus 23 años ya había jugado 50 veces de internacional con La Roja (el Niño Torres alcanzó esa cifra a los 24), a lo que podríamos agregar que se había hecho, también, con una Eurocopa y una Copa del Mundo.

Defensa en casi todas las posiciones, su brillo ha estado casi siempre en en el lateral derecho, y aunque muchos quisieran verle permanente de central, otros nos deleitamos mirándole despeinar el césped por la banda.El atributo de Ramos es, a veces, su extraña y casi providencial ceguera, su rara manera de estar en otro lado -¿en la parra?, ¿en dónde?- para aparecer, directo y sin escalas, en un despeje de espanto o un rechazo antológico.Por eso la sorpresa del sábado pasado contra el Athlétic de Bilbao.

A muchos se nos quedó la sangre helada -esa manía de lagartija de grada a la que nos acostumbran estos hombres de corazón caliente- cuando el lateral sevillano decidió que la falta hecha contra Di María en el minuto 56 sería suya. A los pocos minutos de que Undiano hiciera sonar el silbato, Ramos ya había cogido el balón para hacerse con el tiro. Madre mía, ¿qué hace Ramos?

Acostumbrados a verle peinar pelotas en el área, la grada no entendió porqué el andaluz pasó por encima de Cristiano Ronaldo, el lanzador de faltas por excelencia, o el propio Xabi Alonso, el encargado de cobrar el tiro. Y todo lo hizo sin fanfarrias, ni chulerías o gruñido. Tiro porque me toca. Y ya está.

Con o sin piruleta, Johan Cruyff solía –y sigue siendo- lapidario y en este caso, una frase suya me viene a la mente como derribo para quienes nos quedamos con la boca abierta. "El problema para entender las enormes tensiones mentales de los futbolistas nace de la extendida creencia de que son todos idiotas”.

La frase de Cruyff no sólo es la patada del Ramos dispuesto de marcar. Es el chute de adrenalina, el gas inflamable, el factor sorpresa en un Madrid políticamente correcto, que aplana y derriba, pero que extraña la mueca rebelde a la que ahora sólo Mourinho parece tener derecho de uso.

¿Por qué cobró Ramos el penalti? Eso no lo sé. A su salida de vestuario, con una sonrisilla de “me la he cobrao”, habló de haberse sacado una espina ante un gol que se le resistía. Habló del acicalado Cr7, de que él era un amigo y que un amigo podía cederle un gol. Y aún me quedo con la duda. ¿Chiste de vestuario o arrebato del sevillano?



La coz del defensa pilló por sorpresa al mismísimo Mourinho, que con su avinagrada boca, sólo atinaba a repetir "¿Por qué tira el penalti Ramos? ¿Por qué?" Y no alcanzaba todavía el luso a recibir una explicación convincente cuando repetía la pregunta con voz de mando y boca abierta de bagre mugiente.

En el encuentro contra el Athletic, el niño de Camas no sólo tiró la falta, sino que además la condimentó con agallas, como si aquel gol en lugar de ser un tanto se tratara de una verónica contra sí mismo. Y todo lo hizo ante la mirada atónita de un Mourinho que seguía repitiendo "¿Por qué lo ha tirado? ¿Por qué lo ha tirado?" La inesperada cortesía de Cr7 colocaba la guinda sobre un merengón raro, un cacao que sólo alguien como Ramos podría haber montado.



Ese día, Ramos hizo lo que sabe: desconcertar. Porque así es él, un vaivén. El sevillano está siempre cerca de ser perfecto, hasta que aparece en su cabeza la borrasca. Entonces se convierte en lo que, quienes le seguimos, somos incapaces de entender. ¿Qué pasa por la cabeza de este chico? ¿En qué está pensando cuando se desboca, cuando peina las pelotas con la fuerza bruta de quien tiene muy clara algunas ideas?

En su novela La Broma infinita, el novelista David Foster Wallace narra, entre muchas de las historias y escenas, la vida de Orin, el hijo mayor de una familia enloquecida. El chico es un tenista juvenil mediocre, reciclado en pateador de un equipo de futbol, que tiene fobia a las cucarachas y que se dedica a seducir madres jóvenes. Su hermano menor, Hal, es brillante. Se trata, en efecto, de un ágil estudiante y un veloz tenista que llegó a memorizar el diccionario sólo para impresionar a su madre. Vamos, una cápsula de petri donde la locura, competición y la sospecha de una inteligencia que conduce en la vía contraria se fermentan, poco a poco. ¿Será esto lo que pasa con seres como el central o el mismísimo maestro Gutiérrez?

Gran parte de la novela de Wallace gira alrededor de la Academia Enfield de Tenis, uno de los escenarios principales de la novela, muy cercano a Enner House, un centro de desintoxicación. Mientras los residentes de la Ennet House intentan superar su adicciones, los niños de la competitiva y Academia de tenis se colocan.

Todo esto ocurre en medio de una alucinada familiaridad hogareña, a punto siempre de romperse. Algo así como un mundo de gas que espera el pelotazo seguro de las expectativas. Pienso en el penalti de Ramos, mi reciente tendencia a ver en el fútbol un lenguaje superior y comienzo a preguntarme, seriamente, si un día de estos empezaré a hablar de langostas.

Releo las páginas de La broma infinita y siento que a veces veo en Ramos a los dos personajes,a Orin y a Hal, peleando dentro de su uniforme, como una batalla de gatos furiosos a punto de arrancarse los ojos a la velocidad de sus piernas y la vivacidad de sus jugadas.

Cartulinas aparte, porque no me interesa hablar de las rojas del AJAX, tengo aún en mi mente al Ramos brillante que para impresionar a sus propios vitorinos -para ser el torero que es sin capote- se ha puesto frente a los tres palos. Y lo ha hecho sin pedir perdón ni permiso. Ole, macarra. Que Dios te bendiga.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Sobre la esfericidad de ciertas catedrales



Si Mario Livio aseguró que Dios estaba en las matemáticas, Julio Cortázar domesticó el cuento proclamando su esfericidad y Vasily Kandinsky comprobó que el blanco es en el alma de los seres humanos el silencio de las posibilidades, entonces mi corazón de ganado puede mugir tranquilo su oración de grada.

En las últimas jornadas de liga, y la mayoría de los encuentros de Champions League, sobre la feligresía merengue se posa una iluminación. Parece que en cada jornada, el Real Madrid perfecciona su juego. Es como si, de pronto, los jugadores no pertenecieran a sus propios cuerpos sino al lugar que ocupan en el campo.

Dependiendo del orden y la posición de una pieza, la armonía de una obra asciende o se quiebra, lo mismo que ocurre en todos los lenguajes: desde la matemática hasta la música. Una posición adelantada puede ser tan desafortunada para quien la perpetra como para quien la ignora o la permite -¿les dice algo el último San Siro?, tal y como los malos poetas que se hacen aplaudir por sus aún peores lectores.

Después de dos temporadas desastrosas y tras cambiar de entrenadores cinco veces en cuatro años, el Real Madrid parece justificar, al fin, su nívea indumentaria. Y lo hace siguiendo los axiomas por los que la mayoría de los filósofos y los estetas han perdido la cabeza, ya sea por la vía de la voluntad o la guillotina: la matemática, la esfericidad y la blancura. ¡Que Goethe nos agarre confesados, porque yo de Roncero estoy sinceramente cansada!

Si Dios está en las matemáticas, el credo madridista baja del Photocall del Olimpo y se gana su aureola a patadas con las estadísticas. Cito: En el partido de ida contra el Milan, las ocasiones totales de gol de los italianos fueron 8, ¡ocho ocasiones de hechas por 11 hombres a lo largo de 90 minutos! En ese mismo tiempo, en el mismo partido, tan solo Cristiano Ronaldo hizo la misma cantidad de ocasiones de gol.




Pero dejemos a un lado a Cr7, demasiado contaminado mediáticamente. Citemos a Sergio Ramos, defensa merengue, segundo capitán del Madrid e internacional con la selección española. Ramos es el lateral que más balones roba en la Liga: uno cada 7 minutos.

El dígito de la temporada… Özil, el medio ofensivo izquierdo, que ya suma 14 partidos entre Liga y la Champions - 12 de ellos como titular- . A lo largo de todo estos encuentros, el benjamín ha marcado 4 goles, ha participado en 4 asistencias de gol, efectuado 18 disparos y 9 disparos a puerta. Su juego es tan potente como la órbita de sus ojos raros y el efecto barrido de sus veloces regates.

Enamorada y salvaje, la grada del Bernabéu, tan dada a la pedante y aristócrata mueca del forofo ofendido, más de una vez se ha puesto de pie para aplaudir a este joven de 22 años que sin saber hablar una palabra de español parece entender a la perfección un juego que a Benzemá le ha costado –y seguirá costándole- meses o años, para deletrear. Y he allí mi segundo axioma. La esfera estética, en este caso más cortaziana y arquitectónica que mística, entre otras cosas porque la época de Los ángeles blancos ya pasó… ¿Verdad Carlin?

El blanco, considerado en el código del arte y el pensamiento occidental como la máxima presencia de luz, la metáfora del conocimiento como vía para llegar a la perfección, el éxtasis religioso o la pureza, es el color que viste a esta oncena. Y vale -seamos sinceros-, estos señores puede que no destaquen por las virtudes de un Santo Tomás o las iluminaciones de un San Agustín y, sin embargo, esferizan lo plano.

La alineación en la que sintonizan Di María y Özil logra lo que en su momento hizo el arco romano, a fin de cuentas una abreviada circunferencia, con las primeras iglesias románicas: descargar el peso de los gruesos muros, permitir la aparición de columnas y los posteriores arcos ojivales, un tipo de estructura cuyos nervios permitían sostener el peso de la construcción y dejar libres las paredes para la aparición de enormes ventanales. Las iglesias se llenaron de luz. Las catedrales se estiraron como peticiones y en ellas entraron los rayos del sol intervenidos por el juego de los rosetones y los vitrales.

Esa es la luz que ha entrado en Chamartín. Con un extremo como Di María, que ayuda a defender y descarga a los laterales, y un medio menos patoso –bendito con el polivalente Xabi Alonso- dotado de un juego más creativo, el Real Madrid es capaz, ahora sí, de ganar por knock out.

Decía Cortázar al referirse los cuentos, que un relato, para ser tal, debía poseer una esfericidad, una capacidad para atarlo todo a medida que cobraba forma. Así, una vez que se acercaba su fin, todo en la historia cobraba un pasmoso y envolvente sentido; de ahí la teoría del argentino de que mientras el cuento ganaba por knock out, la novela lo hacía por puntos. Pues así está este Madrid, esférico, como un artefacto del Cronopio Mayor.

He visto catedrales elevarse por encima de mi diminuta y hueca cabeza. He conocido las versiones restauradas de basílicas que, se supone, lucían de otra forma al momento de ser construidas, pero algo en esta noche de camorra e injusticia –veo el partido de vuelta, Milán-Madrid- me muestra en el minuto 90, con el gol de Pedro León, a un equipo que eleva catedrales, para que entre ellas toda la luz y, por qué no, el silencio de las posibilidades en el alma de los que aún desean.