domingo, 25 de marzo de 2012

Un fútbol invisible

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"But you must promise not to tell a soul. You will make a bargain with me, Dr. Kemp. Do not forget for an instant that though you cannot see me, I can see you all the time. One false move--one sign of giving warning to anyone--and you are as good as dead". 
H.G Wells. The invisible man. 


Hay un tipo de juego, un no sé qué de cierto tipo de delantero que ataca sin corazón, coraje ni puntería; un ayayai de medio campistas con pases incorrectos; una indigestiónde laterales que defienden sin ganas y se olvidan de que las bandas están hechas para treparlas, cuando no, al menos, para recorrerlas un poco. Hay  -insisto- un tipo de juego, un uhm… un no sé qué, que de tanto no saberlo, termina por hacerse invisible o morir de infarto.
Se puede ganar un partido jugando a un fútbol invisible -diría yo tacaño o lobotómico-. Se puede, incluso, tener una alineación perfecta, trivotes de muerte y hasta un mediapunta resurrecto, y seguir jugando así. Se puede tener eso y más y todavía seguir jugando a un fútbol cenizo, de mala baba y refunfuñón, que sólo espuelea cuando se ve apretado por el bochorno o la estupidez de su propio siestorro.
Me permito. Real Madrid-Málaga. Tiempo de descuento. Gol de falta directa. Cazorla, ex del Villarreal, coló el balón por la escuadra. Empate a uno en el segundo minuto de la prórroga. Otro más, mejor dicho, una fotocopia del anterior.  Villarreal-Real Madrid. El Real Madrid llevaba ventaja en El madrigal gracias a un gol de autopista conseguido gracias a Özil y Cristiano Ronaldo, pero mal. Algo se descuadra. Y en el minuto 83.  Una falta directa cobrada por Marcos Senna empata el partido, que se vuelve, además, una orgía de tarjetas. Expulsado Özil, expulsado Sergio Ramos, expulsado Mourinho. Fin de la cita.
El fútbol invisible no es ni bueno ni malo. No hace historia, ni entre los mejores ni los peores, y sin embargo, repta por ahí como una ventosa insistente. Es, en efecto, residual, una especie de masa para croquetas de la primera división, que no de la primera devoción. Es un fútbol injusto y desquiciante para los que, desde la grada imaginaria de casa, observan los 90 minutos de la tribu despilfarrados en la rifa de balones.
En casa, una victoria contra la Real Sociedad, para que la liga duerma tranquila y no se haga un lío.  Pero el asunto no es numérico. No se trata del ábaco de los goles ni del suma-resta de la clasificación. Es ese fútbol invisible, que de tan opaco, produce estrabismo, que de tan raro, hace argamasa entre césped, bota y balón. 
Se puede ganar un partido jugando un fútbol invisible e incluso alzar una copa, invisible, con un equipo de jugadores también invisibles. Sería feliz incluso si la invisibilidad nos premiara por nuestra propia y reprochable transparencia, pero aún así sería igual, igual de tacaño, igual de lobotómico. Ayayayai.

sábado, 10 de marzo de 2012

Cambur pintón



Debí de haber escrito esta crónica mucho antes, pero hay cosas que deben desactualizarse para poder ser escritas con alguna corrección, que no toda, pero al menos una cierta dosis. El miércoles 29 de febrero, la selección española jugó en Málaga un amistoso contra la selección venezolana.
Los primeros 20 minutos, España hizo lo que suele de un tiempo a esta parte en los amistosos: demorarse, perder el tiempo, desajustarse, dar vueltas en su propio eje hasta que, al fin, se recuerda a sí misma, recupera las bandas y vuelve a ser la grande de siempre.
Pero no es de España de quien voy a hablar en este post. De ella de habla mucho, y con razón. En ella se resume lo mejor del actual Barcelona con una buena dosis propia de toque e impulso que ninguna otra selección actual posee. Así que no será ella el tema. 
En esos mismos 20 minutos que utilizó España para recomponer su juego, la selección venezolana jugó un excelente, aunque rígido,  cambur pintón.  Entiéndase por cambur pintón (*) el acorde básico que aprenden los niños en las lecciones iniciales de cuatro, un instrumento típico venezolano parecido a la guitarra pero que en lugar de seis tiene, como su nombre, cuatro cuerdas.
El primer tanto de Andrés Iniesta fue el comienzo de una colina en bajada que desinfló a la oncena venezolana. Es verdad. Sin embargo, me gustaría quedarme con los primeros 20 minutos, con los atisbos de fútbol que ese lapso hizo evidentes. 

No vendré a decir aquí que inventar el agua tibia es un mérito, pero ya poner en práctica y perfeccionar el agua tibia en un combinado que ensaya su propia fe me parece importante. Una defensa rígida, casi de árboles plantados, produjo un juego demasiado conservador y aburrido, es cierto.
Pero ese mismo juego inflexible, sin laterales capaces de subir a atacar fue también la causa de un juego digno, elegante, que  permitió un primer tiempo de pocas ocasiones pero también de pocos errores que consiguió aguarle la fiesta en varias oportunidades a Iniesta y Llorente.
Hernández, un portero valiente, autor de paradas limpias, firmes y decididas, fue capaz de parar un penalti al “retornado” estrella de la selección para este año, Soldado. Es cierto que eso no le impidió al valencianista hacer hat-trick, pero no es lo mismo parar un penalti que encajar un gol.
Hubo jugadores que una vez más demostraron ser producto de una rutina y un quehacer disciplinado, que no de un genio futbolístico sobrenatural, pero es justamente de ahí de donde provendrá la excepcionalidad: del trabajo. Me refiero a Vizcarrondo, Amorebieta, Miku, Rondón –muy aplaudido por la afición, en su estadio del Málaga, donde juega- …Sin contar además a un Juan Arango con menor condición física pero más maduro, tal y como lo demuestra su reconocimiento como el segundo jugador con más asistencias acertadas en la Bundesliga.

Que el resultado fue cinco a cero. Eso no es lo relevante. Lo que me parece realmente importante es la cada vez más evidente apuesta por una técnica. Actualmente, Venezuela se encuentra entre los cinco mejores equipos de Suramérica y se enfrentó al Campeón del mundo. Ese es un escenario que hace 10 años era impensable.
Estamos llamados a trabajar. Y yo veo trabajo. Veo a veces un 4-3-2, en otras un 4-2-3, que se mantiene demasiado rígido pero justamente para no tropezar en la falta de perspectiva. Cambur pintón, sí. Para el polo margariteño todavía falta y queda mucha uña por raspar todavía. 

(*)  Los primeros acordes en segundo plano de esta canción reproducen lo que es un cambur pintón.