sábado, 17 de septiembre de 2011

¿Nos sirve gato el Mou?



El madridismo es, lo sabemos, un desamor. No hay otra forma de hacerse merengue distinta al agrio afecto de las remontadas épicas y las, a veces, millonarias macarradas (a confesión de parte...). Compruebo el mal de amores de mi afición mientras bebo una caña en El Pulpo -el que, sospecho, podría ser mi bar de Champions-. Como el partido, la cerveza está más amarga que de costumbre; también algo debilucha, como un agua empozada que no amenaza con alegrar a nadie. Y sin embargo, la bebo. Como al partido. Hoy es la primera jornada de Champions para los blancos, que esta noche visten de rojo. Aún así, el Madrid, como el sifón de este bar, no termina de apretar tuercas al Dynamo de Zagreb.

Un niño con un rastro irregular de vello en el bozo da gritos. Desde su banqueta, el joven proyecto de hombre da indicaciones imaginarias a Mourihno. Pero el técnico luso no está hoy en el banquillo, sino enjaulado en una cabina de cristal desde donde ve el partido con su acostumbrado gesto cenizo de disgusto y desprecio. Avanza la noche. El chico a mi lado da voces, protesta la alineación, también la actuación arbitral y los (muchos) desaciertos de Coentrao.No para el chaval de pronosticar una derrota en el campo Maksimir. Yo, mientras tanto, no paro de preguntarme por la larga siesta que Özil duerme en el área.

Uno, dos... ¡ouch! Uno, dos... ¡uyyyyy! Uno dos, "me cago en..." Hago la cuenta de los pases y los toques que da el Real Madrid al balón. El promedio no llega a tres seguidos. Uno, dos... patadón. Uno, dos... patadón. A ver si cuela, a ver si entra. A ver si... Después de un primer tiempo casi tan leve como la cerveza que (mal)bebo, y en el que lo único sorprendente es el color de nuestra equipación, un solitario tanto de Di María adecenta el marcador.

Comienzo a acostumbrarme a este burocrático juego de contraataque, cuando el camarero me sirve una mini-hamburguesa. Miro el plato. Sospecho para el aperitivo la misma suerte que la cerveza y, porqué no, la de este partido. Nos acostumbra Mourinho al sucedáneo. Al juego pret-á-porter en lugar del traje de sastre que deberíamos vestir en cada encuentro. Se la guisa el portugués de una manera muy rara: pocos ingredientes, desabrida sazón y una manía cada vez más evidente de vendernos como solomillo los pases con los que el equipo remata un servicio que equivale a una dura y desabrida pata de gato.

Repasemos. Esta temporada, el Madrid tiene como mayor fichaje a Coentrao. Un jugador que ni juega de mediocentro ni es capaz de hacerse con la posición, y que no se cansa de dejar solo a Xabi Alonso -hoy ligeramente Red en el corazón portátil de mi Liverpool-, cada vez parece más solo ante el peligro. Özil, que ahora viste el diez -un dorsal al que le escatima, a veces, los honores-, parece haber contraído un envejecimiento acelerado que le obliga a ir andando tras el balón. Se afina Benzemá, es cierto, con un entusiasmo creciente que le hace ir a por la pelota y recupera algo de la garra demasiado limada que hoy sacamos en los encuentros fuera de casa. Sin embargo, algo falta.



Una defensa algo tosca que juega al derribo se adecenta sin embargo con los cada vez más necesarios Pepe y Carvalho, que en el primer encuentro de Champions han tenido intervenciones providenciales, mientras Ramos -menos propenso a subir por la banda en este encuentro- carboniza en el asador toda la carne de su juego de choque. Marcelo, por su parte, promete una colorida colección de tarjetas como siga con ese desafuero macarra -después de ese pase eficaz, atento, a Di María-con el que no sólo deshace sus evidentes progresos defensivos sino también el resultado total del equipo.

Finaliza el encuentro. Ocurren los tres pitazos mortales después de cuatro minutos de prórroga. Y me quedo mirando mi caña como quien contempla una rara ración de solomillo en un chino de Gran Vía. ¿Es este el Madrid que debería de ganar la Champions? A veces pienso que, como los jubilados, aumento mi propensión a la añoranza. A la tentación de fichar al José María Gutiérrez del último taconazo o al Zidane del golazo contra el Bayern Leverkusen. Entretanto, sostengo mis cubiertos afilados mientras miro con recelo esta rara presa de gato; inspecciono, indigesta, el tobillo de Cr7 y me relamo con el próximo Milan-Barcelona.

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