miércoles, 2 de noviembre de 2011

Y a los tres días, Ramos resucitó

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Está pidiendo, a gritos, que le dejen de central. La posición en la que originalmente parecía invisible, el lugar que parecía atarle los cordones impidiéndole desbocarse por la banda, será, finalmente en el que le haga, al fin, un futbolista.

Cuando Sergio Ramos llegó al Real Madrid procedente del Sevilla, tenía que enfrentar dos tareas tan complicadas como remotas, una, heredar el dorsal de Hierro y, dos, hacerle honores. Lo primero lo consiguió con relativa facilidad. Vistió la camiseta; y listo. Lo segundo le ha tomado más tiempo.

Irregular. Imperfecto. De dedos escurridizos -en especial cuando trofeos se refiere-. En Liga, Ramos ha pasado temporadas enteras de ausencia, de completa y absoluta invisibilidad. Pero el sábado pasado, Ramos volvió en sí.

Durante la jornada número once de la Liga BBVA, el defensa sevillano volvió a ser el jugador que algunas veces ha demostrado ser. Fuerte, directo, tosco. A su estilo. A su manera. Pero esta vez con una dosis extra de concentración.

Ungido por la reciente lucidez de su posición como central, Ramos no sólo cortó los contraataques de la Real Sociedad. No se limitó el 4 merengue a recuperar balones o subir oportunamente para limar las asperezas de un ataque incompleto. No sólo a eso se dedicó Ramos, sino a ésas y muchas otras cosas. Se dedicó Ramos, insisto, a jugar al fútbol. UN fútbol total, que se dejó las botas en el regate por la banda. Un fútbol de veras. Un fútbol despierto y comprometido.

La noche en que Leo Messi calló los rumores ociosos con un hat-trick -uno, dos, tres, y toma ya-, Sergio Ramos despertó de un largo y prolongado sueño de fútbol chicha que aburría por igual a sus seguidores y detractores. Quienes hemos seguido sus pasos, quienes le hemos visto crecer y al día siguiente achicarse, pudimos disfrutar de un Ramos total, tan macarra como efectivo, tan frontal como omnipresente.

Pide a gritos que lo dejen de central, aunque él todavía no lo advierta. Le queda a Ramos, entonces, su segunda y demorada tarea: ocupar el lugar de Hierro y hacerlo suyo, finalmente suyo.

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