No es que esté mal o bien. Es, y punto. Los lugares comunes son así; de esperarse. No más acabar el partido entre el Real Madrid y el Villarreal Futbol Club, salgo del bar y vuelvo a casa. El cigarrillo lo enciendo fuera, de camino al portal. Ya frente al ordenador, abro el Explorer y tecleo los nombres de los equipos. Los titulares llueven como sapos en una secuencia final de Magnolia: sin gracia.
"El Real Madrid hunde al Submarino amarillo". Primer -y último- sapo de la noche. Con esto basta para alzar los brazos. Después de noventa minutos de un fútbol rápido y rapaz, en el caso del primer Villareal, y de un segundo tiempo en el que el Real Madrid tuvo que cambiar el tartamudeo ofensivo y el mediocambio merengón por algo más consistente, resumir el encuentro en tan sucinto titular es poco menos que estafar. Quizás sea el momento de sacar un manual de estilo, blandirlo hacia la nada y gritar: ¡Bastenier, perdónalos porque ellos...!
Que sí, que el apodo da juego y gracia... Nadie lo niega, pero además de versionar por décima octava vez (y mal) el acostumbrado chascarrillo con el que la prensa titula todo encuentro de este Club, convierte este partidazo en un trámite. Sin embargo, parece que cuarenta y cuatro años no son suficientes para dosificar un hábito. Y si hoy el Villarreal se merecía su apodo no era para un titular así. Se lo merecía por muchas otras razones.
En 1967, luego de celebrar su ascenso liguero con El submarino amarillo, una versión de Yellow Submarine hecha por Los Mustangs, el Villarreal comenzó a ser conocido con este mote. La idea de nave potente, de artefacto bélico capaz de avanzar de forma infalible en cualquier agua, reforzó la identidad del equipo al punto de que hace poco, en 2006, la afición -apoyada por el grupo socialista de la localidad- propuso instalar un submarino, un S-63 Marsopa, en Villarreal, la ciudad de la provincia de Castellón a la que pertenece el equipo. La idea no prosperó.
En fin. Es de ese submarino del que estamos hablando. El mismo que después de su enfrentamiento y la remontada antológica contra el Valencia en la Copa del Rey la semana pasada, llegó al Bernabéu despeinando el césped y arrugándole la frente, y la alineación, al Señor Mourinho, quien en sus cambios de libreta llegó a pensar en colocar al mismísimo Sergio Ramos de delantero centro.
Los primeros 45 minutos dejaron la huella de un equipo que, por encima de cualquier cosa, jugaba al fútbol. Ataque veloz. Control absoluto de la zona. Congestión de las bandas madridistas -de pronto delgadas y debiluchas-. Los hombres de Garrido presionaron, y mucho, a un Madrid que no entendía cómo ni de qué forma concretar ocasiones de gol.
Un primer tanto de Rubén Gracia Calmache, Cani, (quien tuvo la desafortunada - porque no valía ya la pena- idea de lanzarle una botella de agua a Mourinho en el minuto 83), rompió el marcador merengue. Al minuto nueve, el centrocampista alemán Mesut Özil -entregado, veloz y currante a más no poder en este partido- dejó un pase de Benzemá a Cristiano, quien marcó así el primero de su Hat-trick para este encuentro.
En ese primer tiempo todo fue escaramuza. El Madrid se deshizo en pedacitos, literalmente, con disparos alocados de Di María y Benzemá -que estuvo constantemente en fuera de juego-, arrebatos de Marcelo y despistes como el de Albiol en el minuto 18, que dieron diana a Marco Rubén. Y todo ocurría mientras el Villarreal se hinchaba sobre los merengues como una nube de humo y fútbol.
Una falta cobrada por Xabi ALonso y rematada de cabeza por Cr7 pusieron el empate en su sitio y fin al primer tiempo. El portugués se fue al vestuario como Pichichi histórico con 22 goles en 18 partidos, por encima de Puskas, que en la temporada 1950-51 había logrado, en el mismo lapso, 21 tantos.
La vuelta al campo obligó al Madrid a replantearse la táctica. El cambio de Sergio Ramos a la posición de central en un cierre de la defensa; la salida de Lass; la siembra del mediocampo con Khedira, y la entrada de Kaká, mejor dicho, la magnífica entrada de Kaká, cambiaron las cosas. Y así llegó el tercer tanto de Cristiano. Un dudoso gol, empañado por un fuera de juego cuyo reclamo le valió cartulina roja a Garrido y al Madrid, por supuesto, el acostumbrado resoplo de la sospecha.
Un Villarreal menos agresivo, menos atinado, seguía buscando hacer pulso, tuteándose con un Real Madrid, ahora sí, más despierto. La remontada heroica es algo que parece estar grabado en los valores del Club, ese otro chascarrillo, ahora corporativo, que impregna cursi y solemnemente a jugadores y aficionados (¿sí, y qué?). Si existe una tablilla con semejante frase tallada en ella, estoy segura de que, en algún lugar, esa modalidad del quehacer épico estará descrito. Sin embargo, y esta vez lo sentí así, mucho del brillo de los merengues vino dado por un rival de calidad. El mejor, de largo, con respecto al resto de los equipos de la Liga Española.
El Madrid sacó lo mejor de sí porque no bastaba un fútbol económico para resolver un encuentro de altura. De ahí que la aparición de Kaká -a su manera, siempre tan ecuménica- haya resultado providencial. Primero un centro que provocó el error de Diego López... y finalmente, una guinda. La guinda. En su tercer partido tras la larga ausencia ocasionada por la lesión, el mediapunta brasileño no necesitó de mucho para conseguir un gol limpio, hermoso. Faltando once minutos para el final, y con asistencia de CR7, Kaká anotó. Un toque santísimo que serviría para cerrar el encuentro y, de paso, callar la inflamación del polémico tercer tanto.
Que no se trata de un submarino hundido o hundidor. Que las aguas no son éstas o aquellas. Que ni periscopios ni escotillas. Que el fútbol resplandece cuando se juega así, con ganas y sin imposturas (a pesar de los saludos al vástago). Que el triunfo de hoy no ha sido blanco, no del todo. Que a pesar de un arbitraje espasmódico, irregular y miope -para ambas partes, aunque la piedras lluevan ahora sobre los merengues-, el fútbol hoy ha sobrevivido a los lugares comunes, a los chascarrillos de teletipo y los adjetivos que caen, como sapos muertos, en las redacciones deportivas.
Si el Real Madrid pierde ayer, se da por terminada la liga, de ahí los " errores" arbitrales.
ResponderEliminarNo creo que se trate de eso. Los errores arbitrales son como una coletilla. Que sí, que hubo fueras de juego, pero también es cierto que se repartieron tarjetas sin criterio.
ResponderEliminarEn tal caso, la Liga no se acaba hasta que se acaba. Y creo que se le pueden criticar al Madrid muchas cosas (su actitud, su desatino a veces, su falta de mística otras), pero hay que ser justos y apuntar su reajuste ante un partido que estaba siendo lamentable.
Además, Inés, ¿a ti esta teoría de la conspiración no te aburre un poco?
Hubo dos eventos claves:
ResponderEliminar1- El empate providencial terminando el primer tiempo, en el que el RM fue arrollado.
2- El tercel gol, en fuera de juego, que descalabró al Villareal, que hasta ese momento tenia controlado el 2-2
Que duda cabe que en el segundo tiempo el RM cambió y se hizo con el juego, pero esos "azares arbitrales" no dejan de hacernos fruncir el ceño.
A ver Juan Carlos. Hablemos en serio... El Villarreal perdía fuerza ya antes de ese tercer gol. Que sí, que la expulsión del técnico. más los fueras de juego caldearon el ambiente, pero a Xabi se le había hecho una entrada de tarjeta ... ¡y ni se pitó! ¡Es que el arbitraje es como la Santísima Trinidad... No nos vamos a poner de acuerdo!
ResponderEliminar