domingo, 13 de noviembre de 2011

El jugador número doce


Es el único de la alineación que jamás será objeto de especulación para técnicos o periodistas. Suele jugar en todas las posiciones. Tiene una capacidad de anticipación superior a sí mismo. Defiende el área como los antiguos líberos, conecta pases invisibles que sólo él es capaz de distinguir a más de 50 metros de distancia, desde la portería organiza a los centrales; dependiendo del anfiteatro que ocupe. Amonesta a los laterales que suben demasiado.

Resucita los despoblados centros o las peladas bandas cuando hay sequía de juego. Evita el pelotazo aéreo y somnoliento. Imparte lecciones de justicia a los árbitros, cátedras de urbanidad a los adversarios y hasta cursos de fútbol a los técnicos del banquillo. El jugador número 12 es el mejor y más completo de los futbolistas. Sus estadísticas son infalibles, aunque pocos lleven nota de ellas.

Todo lo que hace es por la oncena. Y lo hace por gusto. Nadie ha asegurado sus enclenques pantorrillas de las empinadas escalinatas ni sus desaforados trepadores. Tampoco están aseguradas sus inflamadas laringes. Nadie ha fichado sus corazones para que latan temporada tras temporada. A ellos nadie les paga por amar el balón, tampoco les han reclutado para que fuesen seguidores fieles, pateadores insistentes de un balón afectivo. A diferencia de los árboles plantados en la cancha, los hombres a veces convertidos en abetos, el jugador número doce no piensa en dinero. Piensa en juego, porque la vida que lleva, por muy amarga o empalagosa, coge otro sabor al calzarse los zapatos de multitud, ese pasaporte a la euforia que alguien sella cuando el balón golpea la red.

Nadie les da nada a cambio, excepto los noventa minutos que juegan con botines anónimos. En su libro Dios es redondo, el mexicano Juan Villoro explica el fútbol como aquello que ocurre a la vez “en la hierba y en la agitada conciencia” de quienes lo observan. Nadie mejor que Villoro para explicarlo. “El hombre en trance futbolístico recupera una porción de su infancia, el reino primigenio donde las hazañas tienen reglas pero dependen de caprichos y donde algunas veces, bajo una lluvia oblicua o un sol de justicia, alguien anota un gol como si matara un leopardo y enciende las antorchas de la tribu”. La misma a la que Nick Hornby da vida en su hincha del Arsenal en Fever Pitch.

Alrededor del césped, el jugador número doce ha dado furiosas y solitarias carreras Aún estando fuera de la cancha, entra en ella a la fuerza. Sintiendo en la suya todas las soledades, es el testigo. Es el eufórico y el desdichado, sí, pero el que tendrá que marcharse al fin y al cabo. Su partido es interminable. Es el uno a uno. Su suelo no acaba en el estadio. Le sigue adonde vaya, como si lanzara penaltis contra sí mismo, arrastrando la portería desde el estadio a casa. Escalón a escalón, trepando el metro como quien llega a un patíbulo del propio pecho, gritando, siempre, gritando. Para volver a empezar, otra vez.

2 comentarios:

  1. Muy buena entrada. Para mi el jugador número a veces condiciona partidos y es obvia la diferencia que hay entre los diferentes jugadores número 12. Por eso doy la razón a Mou en que el jugador número 12 del Madrid debería ser un poco más incisivo y caliente. Saludos.

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  2. Mou debe callar más. Mi dorsal 12 blanco está muy dolido desde que él nos dirige.

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