"Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos”. A Borges no le bastaba un bostezo para zanjar el asunto. Su arremetida debía parecer un accidente, ocurrir con aparente inocencia y ser pronunciada con un aflautado sarcasmo.
Jorge Luis Borges se despachó a defensas y delanteros, en 1978, justo la fecha en que Argentina ganó su primer campeonato del mundo. “Es un juego para mentes estúpidas”, dijo el escritor –aunque con algunos dieces ahora retirados, que su boca sea la medida-.
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Lo que Borges quizás no sospechaba es que El Aleph –ese universo que todo lo contiene- saldría del sótano sin su permiso. En la geometría de la posibilidad, el fútbol nos convirtió a todos en feligreses dominicales, incluso en los miércoles de Champions.
Hace unas décadas, la sola mención del fútbol era un apuro para instruidos y pensadores. Al menos en América Latina no sería hasta la aparición de escritores y periodistas como Osvaldo Soriano, Juan Sasturaín o Roberto Fontanarrosa, cuando el futbol comenzaría sus esfuerzos para sacudirse la sospecha de práctica salvaje y plebeya. De hecho, la gran pregunta, la misma que se hace Rodrigo Fresán, es cómo los argentinos –los más aplicados de la Mise-en-scène- no han escrito todavía "la novela canónica" del fútbol.
Además, el fútbol tenía en su contra un elemento adicional: una desconfianza atávica entre los intelectuales a la épica deportiva. A diferencia de Europa, que después de la Segunda Guerra mundial había conseguido en el fútbol un simulacro para la batalla en el que no era necesaria la intervención del Tribunal de Nuremberg, en América Latina había sido políticamente utilizado por las dictaduras militares para ganar glorias con escapulario ajeno-el Mundialito organizado por la Junta Militar Uruguaya en 1978, la propia victoria de Argentina ese año durante la dictadura de Videla-. Si a eso se le sumaba la mirada sociologizante del campo como laboratorio del hombre masa, el asunto no mejoraba.
Además, el fútbol tenía en su contra un elemento adicional: una desconfianza atávica entre los intelectuales a la épica deportiva. A diferencia de Europa, que después de la Segunda Guerra mundial había conseguido en el fútbol un simulacro para la batalla en el que no era necesaria la intervención del Tribunal de Nuremberg, en América Latina había sido políticamente utilizado por las dictaduras militares para ganar glorias con escapulario ajeno-el Mundialito organizado por la Junta Militar Uruguaya en 1978, la propia victoria de Argentina ese año durante la dictadura de Videla-. Si a eso se le sumaba la mirada sociologizante del campo como laboratorio del hombre masa, el asunto no mejoraba.
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En las Antillas y en determinadas zonas del Caribe, el predominio de la explotación de petróleo impuso la cultura del beisbol, un juego implantado en la vida de los campos petroleros de las compañías norteamericanas. Eso explica, en gran parte, la sequía futbolística de países como Venezuela. Quien quiere ascender en una sociedad como la venezolana se hace militar o pitcher de la gran Carpa. En Rosario, en cambio, te hacés futbolista.
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Más al Sur, donde la emigración europea fue más compacta, o en la zona andina, menos expuesta al influjo norteamericano y donde fútbol formó parte de los colegios de curas, la presencia del balón fue completamente distinta. Y la relación cultural con el juego también.
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Justamente, los primeros acercamientos literarios al fútbol provienen de ahí, entre ellas, el relato Suicidio en la cancha, escrito por Horacio Quiroga en 1920, un cuento basado en el caso real de un jugador del Nacional que se pegó un tiro en el círculo central del campo, así como muchas de Las Aguafuertes Porteñas que Roberto Arlt dedicó al fútbol y que fueron publicadas en el diario El Mundo entre 1928 y 1933.
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Justamente, los primeros acercamientos literarios al fútbol provienen de ahí, entre ellas, el relato Suicidio en la cancha, escrito por Horacio Quiroga en 1920, un cuento basado en el caso real de un jugador del Nacional que se pegó un tiro en el círculo central del campo, así como muchas de Las Aguafuertes Porteñas que Roberto Arlt dedicó al fútbol y que fueron publicadas en el diario El Mundo entre 1928 y 1933.
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Pero no sería sino a partir de 1955, con Puntero izquierdo, publicado en el libro Montevideanos de Mario Benedetti, cuando se limen asperezas entre literatura y fútbol. Ese mismo año, el dramaturgo Agustín Cuzzani presenta El centroforward murió al amanecer (1955), de la que después de hizo una película, en 1961, dirigida por René Mugica, y aunque pensé en quedarme en la región para evitar omisiones o menciones adelantadas, sí me parece que viene a cuento el guiño que hay entre el título de Cuzzani y el que Vázquez Montalbán usó en una de sus entregas detectivescas como El delantero centro será asesinado al amanecer.
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La cultura de la imagen y la fuerza del jugador como personaje convirtieron el fútbol no ya en un juego, sino en una industria cultural. El ensayo sobre fútbol cobró fuerza como género con Eduardo Galeano –¡cómo no, Fútbol a Sol y sombra!- . La pelota consiguió cobijo en la poesía de Juan Gelman y total intemperie en Pablo Neruda, quien escribió un pateador poema –de visión forzada- llamado Los jugadores.
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Si bien es cierto el fútbol y la narrativa no terminan de fundirse cómodamente –parece que el gran juego no está dispuesto a sujetarse a un tema distinto al que ocurre dentro de sus 90 minutos- hay piezas memorables, como los cuentos del peruano Julio Ramón Rybeyro –jugador, escritor e hincha del Universitario- y más específicamente Crack, un relato en el que el paraguayo Augusto Roa Bastos narra la fantástica historia de Goyo Luna, puntero izquierdo del Sol de América.
XEn la crónica permanece, imbatible, el mexicano Juan Villoro. Primero con Los once de la tribu y después con Dios es redondo, el escritor se afila como el más preciso de los cuchillos. Traza siluetas perfectas –su descripción del episodio de la foto que tenía de niño Pep Guardiola de Platini es estupenda-, jocosas y a la vez poéticas imágenes. Y lo hace como pocos o como ya quisiéramos muchos.
En medio de todo esto, como antólogo, opinador, ex jugador, divulgador, ex entrenador, a veces poeta o director deportivo, y fundamentalmente como argentino, Jorge Valdano ha jugado un papel importante en la divulgación del fútbol. No sólo por sus libros Apuntes del balón: anécdotas, curiosidades y otros pecados de l fútbol, Los cuadernos de Valdano y Miedo escénico y otras hierbas, sino también por su papel de de compilador en la edición que hizo Alfaguara del volumen Cuentos de fútbol.
En el césped literario de América Latina, el balón desliza y afirma en cada geografía una manera distinta. Fútbol, ese raro efecto espejo de quienes se reúnen para compartir durante 90 minutos la feligresía dominical, incluso los miércoles de Champions.
¿El Gabo realmente escribió sobre fútbol?
Así como hay que hacer justicia y admitir que sobra bibliografía sobre fútbol y literatura, también es cierto que se han escrito muchas cosas incorrectas al respecto. Hace unos días, consultando en el ABC, conseguí un reportaje según el cual Gabriel García Márquez no sólo había escrito ficción sobre fútbol –nunca se cita el nombre del texto- sino que además se le atribuye una supuesta afición por el Club de Fútbol Millonarios de Bogotá.
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La hipótesis, chirriante a todas luces, me llevó a tratar de comprobar el dato. No pude por mis propios medios. Así que gracias a la intermediación del buen amigo y escritor colombiano Héctor Abad, quien tampoco supo responderme, logré confirmar el disparate del dato por medio Dasso Saldívar, biógrafo de García Márquez y autor de la biografía El viaje a la semilla.
Sobre deportes, según Saldívar, el Gabo sólo ha escrito dos trabajos, uno sobre un jugador del Junior de Barranquilla, a comienzos de los cincuenta, y otro sobre el ciclista Ramón Hoyos. Y en cuanto a lo de Millonarios… “Si tiene alguna afinidad por algún equipo de fútbol, es posible que se trate de algún equipo de la Costa, pero no por el deporte en sí, sino por un sentimiento de patria”.
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