lunes, 26 de julio de 2010

El Capitán y La Diosa


Si fuera sólo un hombre que besa una estatua, apenas unos pocos se detendrían a mirarlo. No sería el primero en enamorarse de una efigie al caer la noche, tampoco el único que trepa buscando un beso. Si fuera sólo un hombre que besa una estatua, quizás vendría la policía a disolver su enamoramiento a porrazos y la curiosidad se impondría sobre la melancolía. Habría quizás procaces bromas a las que el ágil escalador no haría caso alguno. Pero este hombre no es uno cualquiera. La diosa a la que besa tampoco.

Trepado a una escalinata, Raúl González, el capitán del Real Madrid, se planta frente a una mujer de piedra que conduce un carro halado por leones. Lo hace vistiendo su dorsal, el siete. Lo hace cansado y victorioso. Lo hace con los ojos cerrados y con vehemencia, como si el beso y su espera fuesen a durar lo mismo. La rotonda madrileña donde el capitán besa a la mujer del carruaje es más que una plaza pública muerta de frío en la que la gente se anega sin más. Es un enamoramiento al aire libre; una ocasión entre árboles y semáforos.

El beso del capitán a una Diosa no es algo que ocurra todos los días. No a todos los guerreros se les está permitido trepar al cuello de una poderosa doncella para besarla largamente. Se les permite emborracharse, perder el conocimiento entre rubias y Ferraris, pero no se concede el privilegio del cemento. Quizás por eso el siete del Madrid se empeña en guardarse tras los ojos cerrados. Miro su larga demora de párpados caídos mientras un beso ocurre entre sus labios de piel y otros de hormigón.

En la Plaza Cibeles algo desliza, un aliento desordena la noche y calla a los borrachos. Hay algo que nadie mira yNegrita late aún en una gráfica del cuadernillo de deportes de los lunes: la boca de un héroe exhausto que empaña el rostro de una diosa en medio de la noche.

Parece que algo está a punto de ocurrir. Que una mirada se desabrocha y un dedo del Capitán separa los gruesos mechones de cemento. Que algo más habrá de pasar a los pies de ambos. Pero la gente sigue anegándose alrededor del beso furioso y agotado de Raúl, un beso que es beso sólo en las alturas de una grúa.

Si se tratara sólo de un hombre que besa a una estatua, pensaría con desgano en un beso imposible, me daría la vuelta y me dejaría empujar por la feligresía. Pero entonces algo viene y corrige las cosas; algo hace trepar al hombre de camiseta blanca, sosteniéndolo para que recorra con boca campeona la frente de una mujer que atraviesa Alcalá en un carro tirado por leones.

A veces me parece que en lugar de cubrirla con una bufanda, el capitán sólo pule la piedra lisa de su cuello, desvistiéndola con ojos cerrados a los pies de una noche que podría ser cualquiera, aunque todos recuerden lo contrario.

2 comentarios:

  1. El siete del Madrid pronto cabalgará de nuevo. Aunque en otro país, en otra liga, en otro estilo y con otro acento, Raúl, Dios para mucho madridistas,volverá a besar a su amada de cemento. Es, simplemente, historias de amor entre dioses.

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  2. CRistina, CRistina... no temo por el hijo del viento. Temo por la cantera.

    ¿Y la cantera qué? ¿qué va a pasar con la cantera?

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