domingo, 19 de septiembre de 2010

Razonamientos ligueros. Proposición Nº. 1



“Todo había empezado, según Piel Divina, con un viaje que Lima y su amigo Belano hicieron al norte, a principios de 1976. Después de ese viaje ambos empezaron a huir, primero por el DF, juntos, después por Europa, ya cada uno por su cuenta. Cuando le pregunté qué habían ido a hacer a Sonora los fundadores del realismo visceral, Piel Divina me contestó que habían ido a buscar a Cesárea Tinajero”.
Roberto Bolaño. Los detectives salvajes


Si el tiránico y adiposo Maradona es el Ignatius Reilly del fútbol y Zizú el perseguidor de algo que poseía de antemano-un Horacio Oliveira del área-, entonces la proposición lógica es más que factible. Los hombres que juegan al fútbol son buscadores, recomponedores de un lugar que está constante y progresivamente vacío. La portería y los espacios en blanco que separan al jugador de los tres palos son su lugar de partida –y llegada-.
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Los futbolistas no sólo corren tras el balón o delante de él. Existen, simultáneamente, con él. La sola suposición en contrario convertiría todo en un episodio demasiado vertical. Jugador persigue pelota. Pelota entra en portería. A_____________B.
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La teoría del juego quedaría abreviada en el despropósito y la gente iría al campo a ver algo que no tendría chiste. De ser cierta esa premisa, los jugadores dejarían de ser el Ulises prototípico, y se verían obligados a abreviar sus movimientos, para llegar rápido al fin de su travesía. ¿Quién quiere un héroe tan disfuncional?
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Nada puede ser tan recto, menos aún cuando el rodeo es, por definición, la parte central en el ser del perseguidor. Quien busca, lo hace con cierta demora y belleza. Quien busca también pospone. Para ello baila o derriba, pierde o recupera. Ataca y defiende.
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Once individuos actúan de manera simultánea en un mismo espacio. Lo hacen contra una oncena contraria, que busca exactamente lo mismo, y con la que comparte una variable adicional: ambos ignoran qué elección tomará su oponente para hacerse con el objeto deseado. Perseguidores, buscadores… ¿Detectives?
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Veintidós jugadores con, al menos, dos decisiones por movimiento: hacer o no hacer, que también podría ser derecha o izquierda, arriba o abajo. Es suficiente margen para pensar en una red de posibles conexiones que cada futbolista debe buscar, como quien toca los ladrillos de un muro o busca la tecla adecuada. Un mecanismo que se activa como los bailes o las guerras; algo bello y atroz en el imprevisto.
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Una armonía oculta hace que los perseguidores sean capaces de hallar la jugada oculta, haciéndola visible ante los ojos atónitos de la grada, que desde ese día le creerá Dioses. Es entonces cuando uno se pregunta si existe un efecto memoria en el aire de los estadios o una constelación de balones 'intocados' a la espera de que alguien -los detectives- los active. Y es allí donde se origina el selecto grupo delanteros, volantes, laterales, centrales y defensas elegidos para el viaje de un extremo a otro del campo.
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Entonces, si el tiránico y adiposo Maradona es el Ignatius Reilly del fútbol y Zizú, el Oliveira, el perseguidor de algo que poseía de antemano, es lícita la hipótesis del buscador o el Ulises prototípico. Los 22 sujetos que, de mutuo acuerdo, se citan en un rectángulo durante 90 minutos para ensayar las posibles composiciones que hacen visible la parábola secreta que existía antes de que el medio campo centrara el balón y el mediapunta lo sentenciara como gol. Ahora lo ves, ahora no lo ves.

Razonamiento liguero. Proposición lógica número uno, con variantes detectivescas. Ulises Lima es a Arturo Belano lo que Iniesta es a Xavi Hernández; o bien, Ulises Lima es a Arturo Belano lo que Xavi Hernandez es Messi. Perseguidores a oscuras, Detectives salvajes de balones aún sin tocar.


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